Google+ Raúl Acosta: Caserito #AntesQueMeOlvide

sábado, 23 de septiembre de 2017

Caserito #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

Me cuenta “pocho”, el veterano titular de la panadería  de Rioja y Laprida, que salía con su madre y la canasta a vender el pan que hacían en su casa por  su barrio: Villa Manuelita. Ese era pan casero en serio, reclama en el recuerdo. El horno, el amasijo manual y los panes redondos. Tiene razón. Casero no es un título, es un modo.

Los hornos verticales, el gas, la electricidad en fin, la modernidad deja marcas, pero no es lo mismo. Cuando dicen casero es un remoquete, no una característica.

En buena parte de los restaurantes medianamente familiares (han detectado mucho empleado oscurecido para los salarios) el pizarrón en la puerta dice:”·pastas caseras”. Casera no significa buena ni mejor. En muchos casos ni siquiera casera del fondo de la casa sino, simple y descaradamente, de una casa de algún lado que los hace con una máquina manual y no están, eso es cierto, industrializados. El sabor, la categoría de las salsas y/o aderezos y el precio son argumentos demasiado fuertes como para olvidarlos. El rosarigasino fija su bouquet según el costo. Feo problema.

Rosario no tiene platos típicos a un precio fijo y uniforme. Nosotros, digo muchos, íbamos los sábados a comer ravioles caseros a lo de “Doña anita”, en Italia y 3 de febrero, a media cuadra de la UPAR, a un comedor de mesones comunitarios donde los amasaban el jueves/viernes y cocinaban el sábado, hasta que se terminaban. Ni para llevar, ni  segunda tanda del freezer al micro onda.

El pan tibio a la tarde es propiedad de dos sitios del centro. Y ya se sabe, nada se vende como el pan tibio. Los bizcochos de hojaldre, obviamente tibios, con esa grasa que se advierte y no me importa, son de una panadería de calle Sarmiento entre Urquiza y San Lorenzo. Las medialunas saladas Nurias las exporta pero no son iguales tibias que frías, y eso es un eje caprichoso que me niego a abandonar.

La Lucana, sobre calle Entre Ríos, tiene tortitas negras y unos bizcochos de pan que siguen siendo buenos al día siguiente.

Por Avenida Alberdi, yendo como para Central pero aún sin ir a la cancha, unas tortas fritas sostienen la tradición de la simpe harina, la grasa, la sal y la fritanga. El pan con chicharrón está en calle Juan Manuel de Rosas, poco mas allá de Mendoza. The Best.

Hay comidas que son de un modo y no de otro. Sobre calle Paraguay, pero mas allá de Pellegrini, una rotisería entrerriana tiene las mejores empanadas fritas, tibias y que me importa el colesterol. No se puede parar hasta la cuarta.

En el Pícolo, así llamamos a “Il Piccolo Navío” de calle San Luis, los frutos del mar están bien hechos desde que el gordo abriese ese sitio sobre los ’60 y tantos.

La comida casera debería volver a su sitio: la casa. A las 9 de la noche, doy fe territorial de esto, en La Lucana, como en La Nuria de calle Santa Fe, una fila espera el medio kilo de pan gratis, envuelto y entregado (gratuitamente) a paquetito por persona. La cola es larga y serena. Una parte de otra historia. El pan, un pan a la casa. Única historia.

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