La abuela llevaba en la cartera un frasco de vidrio de escaso tamaño, un frasquito y dentro un líquido ambarino. Poco. Antes de salir de la casa donde vivíamos (la abuela rotaba viviendo un poco con cada hijo, pero la casa en la ciudad, no en el campo, la atraía más). Antes de salir abría la cartera, giraba la rosca del frasquito, lo ponía boca abajo sobre el dedo, levantaba el frasco con la otra mano hasta ponerlo boca arriba y se frotaba detrás de las orejas. Cerraba concienzudamente el frasco, lo colocaba en el bolsillo interior de la cartera azul, que también cerraba y me decía: "Bueno, salgamos”.
Tomábamos el tranvía que dos cuadras más allá, sobre la avenida giraba, pasando por el fondo del barrio para volver al centro. No había quejas, por el contrario, el colectivo en la esquina y el tranvía a dos cuadras. Comodidades perfectas. El cine a cuatro cuadras y a seis el otro. Cines de barrio. La abuela ―esto ya lo he dicho― me llevaba al cine en las pocas oportunidades que, además de cow boys, indios y soldados había “una de amor”.
En el dormitorio, encima de una construcción que le decíamos toilete (lea tualet) pero no sé si ése era su nombre, un espejo ovalado y grande al medio, dos costados con cajones y una superficie central, con dos cajoneras laterales que le decían toilete pero vaya uno a saber, la toilete allá, apartada de la cama de los viejos y en esa… toilete… era donde se reunían los polvos de Roger Gallet, los perfumes de Myrurgia, una tijera para las uñas, una lima ídem, el frasquito con acetona para limpiarse la pintura de las uñas, esta misma con el frasquito viejo y el frasquito nuevo, el envoltorio con algodón para limpiarse las uñas después de la acetona y el perfumero.
Estudié francamente el perfumero. A fondo. No era igual que el frasquito de la abuela, que también tenía un perfumero. El asunto se complicó. Perfumero era otra cosa. Tuve una niñez equivocada.
Tipo de acentuación de perfumero: Palabra grave (también llana o paroxítona). Palabra inversa: oremufrep. Número de letras: 9. Posee un total de 4 vocales: e u e o. Y un total de 5 consonantes: p r f m r ¿Es aceptada "perfumero" en el diccionario de la RAE? En el diccionario castellano perfumero significa persona que prepara o vende perfumes.
Definición: Sustantivo masculino y femenino. Esta palabra se refiere a la persona que tiene como oficio o desempeño en preparar, elaborar, hacer y a su vez en vender o comercializar perfumes o inciensos y que labora en una perfumería.
Etimología: este término en su etimología viene del sustantivo “perfume” y del sufijo “ero” que indica, oficio, profesión, cargo, empleo, quehacer o que realiza una actividad.
En francés el lío no disminuye. C'est René, le parfumeur de Madame Catherine.René el perfumista de doña Catalina…
Busqué en francés porque en la historia individual, que creemos universal, desde chiquito creí que las especies para darle sabor a las comidas las trajo Marco Polo de China para disimular la carne podrida antes del freezer y los perfumes los europeos, básicamente Francia, para disimular el olor de los sudores de días y días sin un baño que limpie y deje menos oloriento al cuerpo.
Entonces eso, encima del “tualet”, si no era un perfumero: ¿qué era…? Todos concluyen, ahora que somos adultos, que era un vaporizador o rociador cargado y recargado con un agua perfumada (agua colonia) que la vieja compraba en la farmacia que estaba en la esquina donde paraba el tranvía y donde se medía la presión la abuela una vez al mes, cuando la acompañaba al centro a cobrar la pensión. Ese día y sólo ese día, compraba unos choricitos de copetín que salteaba con papas y comíamos con o sin huevos fritos, según el alma de las gallinas y el bolsillo familiar. Ninguno de nosotros tenía hígado, colesterol, dolores de panza, intestino perezoso o alguna estupidez semejante como triglicéridos e índice de la fosfatasa alcalina.
Conservo el sabor de esos chorizos de copetín, chorizos pequeños y más regordetes. Los compraba en el mercado del centro. Después de cobrar la pensión. Creo que allí, cuando me decía: “Esperame acá”, ella entraba en la casa de una señora y se llenaba ese frasquito en su cartera.
En mi casa no había repuestos del frasco. Esa señora, esto lo supe después, vendía especies y perfumes a las chicas que son, que eran como dice el tango: “Chicas bien de casas mal y las otras, las chicas mal de casas bien”, y mi abuela que la conocía, recargaba su frasquito en lo de Rosita (así se llamaba).
Muerto el abuelo Emilio, la abuela Josefa nunca miró un hombre, crió hijos, acomodó nietos, hizo turnos con la parentela enferma. Escuchaba la radio, sabía de política (ella sola se afilió al peronismo en la leva de 1950) leía el diario con la lupa, fumaba y tomaba su copita de oporto después de comer. Cuando estaba en mi casa, en la ciudad, extrañaba el tanque con agua de lluvia para peinarse (sin saberlo esquivaba la lluvia ácida) y aprovechaba el cine y el tranvía. También la visita a lo de Rosita, la que proveía ese perfume tan especial, penetrante, que sólo se colocaba detrás de las orejas. Y que me parece que aún suelo oler algunas veces… cuando cierro los ojos y me enamoro. Pura fantasía, con seguridad.
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