Publicado en el Diario La Capital el 3 de Abril.
Hemos crecido, los que aún estamos dando vueltas en el valle, sabiendo que ciertas cuestiones tienen bandera. La patria, el club. Los mas nuevos en estas tierras ignoro si lo saben, porque el mundo cambia a cada instante y la universalidad quita insignias y agrega horizontes difusos. Ajenos, Inmanejables.
El club, por ejemplo, no tenía camisetas alternativas y el que se lleva mi pasión, Colón de Santa Fe, era rojo y negro. Hoy los he visto, al mío y a otros, con camisetas celestes, rosadas, a franjas, como si el amor no necesitase signos vitales comunes, parecidos, cercanos. El amor es un beso y un te quiero en todos los idiomas. Cambiar los colores es desperdiciar los besos pero, si hoy se hace es porque se puede. En fin. El amor también está cambiando
Uno dice “ al mío” con ese sentido de pertenencia que no se puede explicar con facilidad. Es uno quien le pertenece de un modo que se escapa de cualquier cuestión razonable porque se sabe, las pasiones no entienden de razones. Discutir pasionalmente no está mal… siempre y cuando no se quiera tener razón porque ésta, la razón, desfila por otros circuitos neuronales. De allí que quien quiere tener la razón y oferta trompadas queda fuerra de eso, del raciocinio. Aclaremos, todos somos pasionales y queremos tener la razón por la fuerza. Asi nos va. Las matemáticas, la regla de tres simple y la suma de porcentajes no pueden resolverse gritando mas fuerte. Tampoco el ocultamiento pone las cosas mas claras. La razón, aún la mas escondida, termina demostrando que dos mas dos es cuatro pese a los años en que insistieron con el tres… o con el cinco.
Con la bandera si, las cosas son claras. Cuando comenzaba este amor en el barrio, como en cualquiera de los barrios de estas ciudades sobre la década del ’50 (y…si… la antigüedad es una moneda que no se compra rápidamentre…¿y qué?) había quienes salían envueltos en una bandera y así se iban hasta el café, después al camión, finalmente a la cancha. Así, envuelto en la bandera, en el camión hasta la cancha. Así en el tren hasta la cancha visitante. Ni temor al ridículo, ni miedo al que dirán, ni susto por andar en la calle disfrazado. Bromas, algún insulto, pocas peleas, escasas trompadas. La vida, que parecía complicada resulta, vista desde el hoy, sencilla y agradable. No se puede imaginar nadie, en estos días, que no cuento mentiras y en la esquina convivían las dos camisetas y las bromas en el café, en la oficina, eran con las banderas en alto y esa, la broma a grito pelado, contenía alegrías y amarguras, pero sin muertes, drogas y sicariato. Parecíamos unos desaforados y éramos unos tontos fenomenales pero, ah, que linda la vida en mitad de aquellas tonterías.
La bandera de la patria era otra cosa. Se izaba en la escuela todos los días. Se le cantaba porque había una marcha para la bandera. Se juraba el amor a la bandera que servía para una discusión inacabada, azul, celeste y blanca o celeste y blanca. Tema de historiadores. Recuerdo una querida amiga, distraída y mucho, que al llegar a la dirección de una escuela, por méritos del curriculum vitae, la mandó lavar porque estaba ajada y arrugada. Error. Risas. Perdón por la ignorancia. Se iza, se arría, se dobla y se guarda, llueva, truene o salga el sol. La bandera no se toca, no se cambia. Es como la madre, no hay otra cuestión que ésa dependencia casi genética. Crecí sabiendo que no se cambia de camiseta de “fulbo”, de madre y de bandera.
Las paredes, los grafittis, el aerosol han cambiado algunas cosas. La primera bandera diferente que vi es la de “amor y paz”. Error. Antes signos perversos de guerras de las que no participábamos hasta que nos tocó una en directo, pero esa es otra historia.
La bandera se colgaba en los balcones y el abanderado desfilaba. Que quien mejor estudiase fuese el que portaba la insignioa de la escuela daba una señal. El que estudia tiene honores. Tras esa señal la consecuencia, el que estudia es recompensado. Portar la bandera era una recompensa. Dicen que esto ha cambiado o que, sin dudas, la competencia por estos honores no aflije tanto a los que concurren para aprender y terminan discutiendo cosas que no eran aquellas y lo peor, aún suponen que la razón se consigue gritando. Eso creen muchos. Tal vez demasiados.
No era sencillo transmitirle a los hijos ése amor, aún hoy no es fácil, tal vez mas complicado, pero se puede. Es el ejemplo, el ver que quienes pueden subir y bajar de colectivos y llegar cansados del trabajo eligen una canción, una insignia y destinan horas a gritar por una camiseta termina siendo un ejemplo sin retorno, insobornable. Ni el camión ni el café son lo que eran, acaso el sofá del living, la piza, tres sillas en la cocina y a esperar el gol, porque la camiseta del club tenía una contraseña para la alegría. El grito de gol. Que no se explica, Se siente y chau. Hoy como ayer.
Con la celeste y blanca es otra cosa. No para nosotros, los antiguos. Pero un gol, meter un gol puede que sea la salida. Y que nos vean a los de antes abrazados a los de ahora. Y que todos querramos ser abanderados… zonceras, cuestiones de veterano, de enamorado, persistencia de amores, de viejas costumbres que, de a poco, vamos arriando.
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