No han cambiado algunas cuestiones que no solo parecen sino que son animales, que nos ponen en situación de lo que somos: una especie. El vientre, el parto, el hermano.
En el barrio el comentario era sencillo: el Hugo va a tener un hermanito. El genérico en masculino no era discutido. Al final fue una hermana. Mejor, la va a cuidar sin líos.
Los hermanos son un lío y se de casos que no solo se han peleado durante toda la infancia, sino que han vivido de diferentes formas todos sus pasos hasta la adultez y allí siguen siendo perfectos desconocidos.
Eso de “la sangre manda” es, hasta cierto punto, novelesco. Costumbres tribales, grupales, familiares, suelen ser mas claros condicionantes de la conducta.
Algo que en aquellos años, los de la primera juventud en este valle, parecía inconcebible hoy es común y dicen que necesario. Separar a los mellizos.
Pedro y Antonio no solo que eran mellizos sino que eran parecidos pero no les decíamos gemelos sino que jugábamos a mirarles el mínimo lunar detrás de la oreja, que era la diferencia mas visible en la cara. Ahora sería sencillo porque uno iría a una escuela y el otro a un establecimiento diferente. Distintas amistades, distintos profesores, distintas vestimentas para algo que claramente no es distinto sino que son dos entidades que se encontrarán para ir al baño, jugar, dormir, besar a los familiares y crecer con una diferencia horaria de minutos. Parece alocado, pero sostienen que es aconsejable.
En rigor es elegir dos modos diferentes de criar algo que es único: un hijo. A mi vieja se le murieron en el vientre dos hermanas que no fueron mellizas y por tanto no lo se, pero imagino que no las habría separado y que yo, sin separación alguna, no trataría a las dos del mismo modo porque no hay dos personas iguales y eso lo sabíamos con Pedro y Antonio, aún cuando usasen el mismo chaleco de lana tejido en punto arroz y de color azul.
A uno le gustaba el fútbol y al otro no y pronto uno necesitó anteojos, fue un “cuatrojos,” un “chicato” y otras formas de la burla callejera, cuando no estaba prohibida por ley.
Está claro que la llegada del bebé altera la economía familiar, el pensamiento mas íntimo y la relación mas universal. Hay otro cuerpo, otro llanto, otros horarios. Desde el gato hasta el vecino lo reconocen, por los cambios de comportamiento, de modo que es imposible no advertir que el hermano está sabiendo que algo se interpone en la relación con papá, mamá, la mamadera y el horario del baño. Hasta las tías se comportan de modo diferente.
Los sicólogos, los aprendices de brujos barriales, los siquíatras y hasta las abuelas lo saben. Las abuelas de un modo mas directo, menos alambicado, con menor disfraz epistemológico. El comportamiento cambia y eso de animales que tenemos (los animales entienden de afectos que, como todo el mundo supone y supone bien, son irracionales) aparece.
Con el hermanito, así nos hayan hecho tocar la panza, hay una relación particular que no entienden las madres y es lógico, ni aún ellas con sus hermanos pueden experimentar lo mismo, sino parecido y diferente. Está clara la cuestión: una madre de varios hijos es varias madres a la vez y un solo cordón verdadero. Un solo mandato inalterable: la teta. El vientre. El regazo. El calor del pecho.
El café de la esquina ponía a los padres en situación de primerizos, de experimentados, de cancheros y de pagadores de la copa de brindis (sidra, en aquellos años sidra) que indicaba la llegada de un hijo.
El hermanito era algo que uno, sin dudas, advertía día por día que no se iría y que la convivencia era necesaria.
No era igual el hermanito con pocos años de diferencia que aquel que indicaba que 12 años entre uno y otro ponía al mayor en inevitable posición de tutor o encargado. Así no quisiese. Cuidá a tu hermano, voy hasta la verdulería y vengo, olvidé la fruta para que coma…
Un hermano con diferencia de edad opera como un hijo de padres separados en una plaza un sábado cualquiera, de sol. Atrae. Es un cebo que la animalidad presente en nosotros (en ellas) no ha logrado quitar de las formas rudimentarias que la civilización pretende ocultar y que, vaya paradoja, esa misma civilización oferta.
Ser el hermano menor tenía, sin que se terminase en un diván, una costumbre, casi un mandato familiar: la ropa del hermano inmediatamente superior. Y la de los primos que las tías traían. Cochecitos, cunas, cobertores. Ropaje con poco uso y que es una lástima, cuando no lo uses mas guardalo, que a alguien le va a servir…
No se la razón, se me aparecen dos poesías populares al ubicar la relación de los hermanos: “Sale el sol, ¡Zas!, Y alumbra la flor y el perejil / Tanto calienta al rana como calienta al gil. / Y Anchorena que es rico, como yo sin ni medio/ Tendremos que morir un día, sin remedio./ ¡Semos hermanos, viejo...! / Lo dijo Cristo, el rana, Y no hay vueltas que darle a la milonga humana….” El poema de Dante Linyera deja una duda. Este también: “«Los hermanos sean unidos. Porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera. En cualquier tiempo que sea. Porque si entre ellos pelean. Los devoran los de afuera.» Decimoséptima sextina del poema de José Hernández.
Francisco Bautista Rímoli (Dante Linyera) y Hernández…¿Como habrán sido con los de su familia…? El mensaje es bueno, pero no hay constancia que hayan prestado sus sonajeros. En la sociedad está clarísimo. No atendemos su mensaje.
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