Google+ Raúl Acosta: Pastillitas #AntesQueMeOlvide

sábado, 5 de mayo de 2018

Pastillitas #AntesQueMeOlvide

Publicado en el diario La Capital el 5 de Mayo


En la mitad del siglo XX las pastillas curativas eran pocas, eficientes y caras. Se recetaban con temor y los horarios de ingestión se respetaban.
El tifus ( tengo un lío masculino / femenino con “la fiebre tifoidea) estando vacunado y la hepatitis, y su modo de aquietar los ímpetus de la niñez (35 días en la cama, reposo y dieta) me acomodaron a la señal de los horarios y “tomalo rápido que es por tu bien”.
Cloromicetina una droga, un antibiótico de amplio y nuevo espectro en los ’50 y la vieja y querida penicilina y poco mas en el recetario popular del médico del barrio y de la farmacia allá, en la Avenida.
La viruela y el sarampión y sus vacunas y las marcas en las piernas o brazos. En una cajita de lata las primeras pastillas de sacarina que vi. La Beba, una vecina, tomaba mate con sacarina y mi vieja decía que era espantoso y que esos sacrificios por ser flaca ella no los hacía. La Beba era diabética, además. La lata era rectangular y se deslizaba de costado para sacar las pastillitas, de a una cada tres mates. Riguroso.
Todos los remedios eran rigurosos porque ese era el efecto principal, la rigurosidad. Levantarse a la medianoche para la dosis, la pócima era poco menos que una obligación de fe, de vida.
Sigo convencido que creer en la curación es el mejor remedio y el que mas rápidamente… te cura.
Siempre preferí, aún hoy, los remedios del vademécum que los caseros. Tengo mis razones. Una de ellas doña Natalia, una entrerriana que, a veces, venía a ayudarla a mi vieja en los inviernos. Uno de esos inviernos que la entrerriana estaba en mi casa (dormía en una de las dos piecitas del fondo) mi garganta ardía, dolía y no podía tragar. Doña Natalia hervía leche con ajo y miel y me pedía que hiciese gárgaras. En un par de días la garganta se acomodó y desde entonces el olor del ajo entrando por mi nariz me ha quitado al ajo y su aroma de todas las comidas. Hubiese sido mejor “formitrol”, una de las pastillas de aquella época.
De todos modos para el dolor de panza y los atracones (un chico que no se pegó un atracón de comida se ha perdido uno de los mas bellos males de la infancia, entender el exceso) la vieja usaba el té de “paico”. Un yuyo que tenía su aroma y que, con azúcar, se dejaba tomar.
La abuela usaba menta para algunas cosas y mis tíos el té de carqueja para sus atracones en donde ya, por ser adultos, el tema era un  hígado que no soportaba alcohol y salsas hasta eso, hasta reventar. Nadie usaba pastillas para esas cosas y no se si existían, al menos no en mi barrio.
Había, si,  pastillas de menta y otros sabores y hasta unas mínimas pastillitas negras, como virutas o rayaduras de algo, oscuras. Sen -  sen es el nombre que recuerdo sin diccionario ni wikipedia.
Eran tiempos, cuando apareció la coca cola, que soñábamos que, dándole a una compañera en el baile, coca y aspirina despertaríamos sus deseos sexuales irrefrenables.
De hecho que no había, me corrijo, no conocíamos afrodisíacos de algún tipo marca o formato. Imaginar una pastillita que hiciese estragos en la mente solo eso, imaginar. Imaginar que se pudiesen fabricar en los garajes de una casa en un barrio no entraba ni en las novelitas de ciencia ficción. Aclaremos, ciencia ficción era Julio Verne.
Cuando uno lee y tal vez use protector gástrico para poder tomar cinco pastillas a la mañana y protector hepático, para ingerir otras cinco al mediodía,  no hace nada mas que certificar: algo ha cambiado y no es en lo que lee sino en el tracto intestinal. Que un médico advierta que las pastillitas esas son buenas, pero provocan perforaciones en el estómago asemejan la curación al veneno de los espías de la serie de novelitas del género.
Las pastillitas han entrado en el terreno de la fantasía. Curaciones que enferman, estómagos propensos al agujero e hígados que están a un paso de colapsarse por curaciones que día tras día curan y descomponen
Y lo mas interesante, lejano e infeliz. Una pastilla cura el alma, calma la ansiedad, deja dormir y aleja malos pensamientos, quita el estrés, fabrica una sonrisa y un alegre despertar. Hay quienes creen que es posible. Antes todo eso se conseguía con el amor. Hpy no es el amor, son las pastillas . Uff. Pero el asunto no aflije a nadie. Ya hay pastillitas para el amor urgente. Muchas. Y en las puertas de la milonga ambulancias, enfermeras, aparatos para reanimar a los que, en la búsqueda del amor y de la felicidad, tropezaron con una falla química, un corazón alborotado en demasía y una rara mezcla de angustia, soledad, alcohol y pastillitas. 
Confesión que diré una sola vez. Extraño a mi abuela y su te de paico y a doña Natalia y su singular manera de curar el dolor de garganta.

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