Las fotos de "la fogata de San Juan" que en otras partes se siguen haciendo, para expulsar los malos espíritus en el día mas largo (allá) que se corresponde con la noche mas larga (acá) traen el recuerdo de las batatas asadas al rescoldo. El camote asado.
Larga discusión callejera sobre si era camote o batata. El aroma el mismo y la calidad igual. Esos programas, esas aventuras, esas inocentadas no tienen espacio ni comparación. Quienes intentan incorporar una discusión de tiempos diversos parten de un pecado capital. No hay que hacerles caso. Recordar es un verbo lícito. Comparar es otra cosa.
Conseguir las batatas y tirarlas al borde de la fogata. Pertenezco a un barrio y una casa donde se comía, cada tanto, camote asado. La lujuria, con la manteca derritiéndose, no me seducía tanto. Comerlas si. Tibias y a las apuradas. Toda teoría gourmet y televisiva sobre el camote asado carece de fundamento. Es a las apuradas, en un montón y con gente como uno gozando de la misma potencia, de la consistencia del tubérculo.
Como comprar granadas o no robar los nísperos de la casa del vecino, sobre el tapial.. O las moras. Esas cosas no son parte de un negocio o de un menú a la carta.
El camote asado es parte de una tarde infinita que no tiene tiempos sino fotografías, ruidos, recomendaciones de los padres y lo dicho, presunción de inocencia forever.
Hay una rebelión permanente entre aquello que no tiene autorización de realeza y si de porfía popular. El choripán gana batallas internacionales. El asado de falda y su aroma no tanto. El guiso de osobuco no da la talla para los cocineros de pulcro delantal, que hasta parece perfumado, del mismo modo que la boga y el pacú pierden ante la trucha de criadero, como flor de invernadero, pálida y breve. Vivir sobre este río y comer trucha y salmón de criadero en una mesa con mantel, menú de 4 pasos y vinos de Tierra del Fuego con paisaje al Paraná, es cárcel cadenas a la historia popular de las comidas.
La batata asada dejaba la cáscara endurecida, que se soltaba sin esfuerzo. Debajo una piel amarilla oscura. Pegada a ésa piel la pulpa, la pasta mas dura de esos camotes toscos, torcidos, que ni lavábamos porque... si esa cascara desaparecía para que meternos en cuestiones sanitarias sin destino.
Pedíamos una cuchara vieja, una cuchara chica, de postre, de café, para raspar hasta el final esos camotes. Cachito traía la bolsa de camotes.
En los asados familiares sugeríamos porque es necesario puntualizar: los pibes, nosotros, aquellos pibes, pedíamos con un tono bajo y de aceptación de jerarquías que por favor, que había unos camotes que al costado en la parrilla no estaría mal que...
Nada que hacer, el mundo era y siempre será diferente pidiendo permiso, avisando, una sugerencia antes que una orden perentoria. También aquel mundo de comidas fuertes y pocas. De postres escasos y oportunos.
Entiendo a "El chango Rodríguez" cuando dice: " en tu rescoldo caliente la ollita calentarán, pa'que no apaguen tu fuego tal vez algún pobre me ayude a soplar"... en su tema Vidala de la Copla.
El rescoldo es el sitio de la batata asada, del fuego que queda. Del que calienta pero no destruye o no destruye sino que por el contrario: da tibieza.
Quien no tiene ése olor y ese sabor irremplazable de la batata asada puede vivir 100 años, esas cuestiones son genéticas, casuales y de salud pública y privada pero... pero la Fogata de San Juan, para ahuyentar los malos espíritus (hoy una pequeña memoria de pocos) no les sirvió de nada si no estuvieron o no saben lo que se perdieron si no las conocieron, no solo por las maderitas, que tirábamos para alimentar el fuego y la piromanía elemental de la niñez sino por la batata asada, partida al medio, compartida, alejada de las mesas con mantel y de un mundo mas selectivo que vino después y se las llevó quien sabe donde. Ojalá que a una casa donde la diversión sea aquella donde no había adultos enojados con la realidad, sino inocencia esperando crecer...para el bien.
Parecerá una actitud sacrílega: la bata asada era pura, pertenecía a la tierra sin mal. La que perdimos. En rigor ahora estamos viviendo en sacrilegio, al menos lejos de aquel paraíso de los arrabales.
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