Desde la primera vez que leí los versos de Miguel Hernández sentí un respeto diferente por el poeta. No eran sus poemas y sus temas solamente sino que había algo mas.
“… cuando en la dentadura sientas un arma…” eso dice el poeta refiriéndose a los primeros dientes de su hijo, al que no ve. Está preso. Su madre no tiene plata. Escribe “nanas de la cebolla” ya gravemente enfermo. Morirá.
Somos animales. Un tipo especial de animal, pero eso somos. Ya no necesitamos tanto el tercer molar, ese del juicio y nuestros caninos no son los de los perros y se discute si somos carnívoros y/o vegetarianos. Voto por carnívoro y acaso allá en la distancia caníbales. Socialmente hablando seguro que si.
La “muela del juicio” no nos exime de la animalidad, mucho menos del juicio, a veces tan lejano.
Georges Brassens, ése fenomenal cantautor francés dice en su canción “El Testamento”: “ ya no me dolerán los dientes, dejo este mundo sin rencor”…
Era parte de nuestras vidas el dolor de muelas. Verdaderamente intransferible. Los dolores son estrictamente personales. Los dolores físicos y algunos dolores inclasificables. Los dolores sociales son otra cosa. Entender el dolor de muelas es, hasta cierto punto entender el dolor.
El dentista del barrio estaba siempre bien vestido y se llamaba Didier. El ruido de la sala de espera era esa velocidad del torno y los ruidos metálicos de las pinzas.
Como habrá sido el dolor de muelas de los soldados de Esparta. El de los marineros en los barquitos que vinieron a “poblarnos la patria”, como dice Borges. El dolor de muelas define acontecimientos mundiales.
En las películas yanquis aparecen los dentistas en mitad de vaqueros y de indios. Es un clásico de las caricaturas el pañuelo que envuelve la mandíbula y cierra en la cabeza.
Todos los que hemos sufrido un dolor de muelas sabemos de eso, de su carácter de intransferible, como de fácil de explicar: me duele una muela. Todo aquel que entiende lo hace por un carácter clasificado así: te comprendo porque ya me pasó a mi.
El dolor de muelas trae un sentimiento solidario por esa razón. También recetas que se están yendo al desván, como el “clavo de olor” metido en el maldito agujero de la caries; y el aroma de la “creosota” que sigue impregnando algunos recuerdos. Y los buches con desinfectantes y analgésicos.
Acusar a los caramelos y el azúcar una mala costumbre, la de tirar la culpa fuera. Me duele una muela. Tenés que ir al dentista. Si ya lo se. En tren de maldiciones me gusta una para gente desagradable. Ojalá te duela la muela en territorio extranjero.
Se han encontrado parches y suplementos de madera, como de metal, desde hace mucho tiempo. Y se han rastreado formaciones raras en los maxilares de viejas tumbas lejanas, lejanísimas en la historia.
Cuánto hay de guerras, maleficios y desencuentros en la historia de los hombres debido a un maldito dolor de muelas. Cambia el carácter el dolor de muelas.
En el barrio, pero con distintas vestimentas el mecánico dental. Que es quien resolvía los moldes para una postiza. El misterio de un plástico especial que sobrevive a tantas excavaciones.
Y las dentaduras ideales, esas de película, de actor de cine. En el cine los malvados podían tener hasta faltantes en la boca, pero no hay héroe sin todos los dientes brillantes. Habría que estudiar este asunto. Los malvados tienen defectos. En todas las culturas. En una de esas culturas la malvada mas linda de este tema: la brujita Kolynos.
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