Google+ Raúl Acosta: Perdido #AntesQueMeOlvide

jueves, 14 de junio de 2018

Perdido #AntesQueMeOlvide

Publicado en el diario La Capital el 14 de Junio


Una vez me perdí en un acto. Toda la escuela. Muchas escuelas. El carrito con los churros calientes (tibios) en la otra punta de la plaza. Volvía y volvía y eran todos guardapolvos blancos pero ninguna cara amiga. 
En las sierras, en un viaje, nos adelantamos y doblamos, con otros compañeros (dos mas) hacia allá en un caminito y el hotel serrano quedaba, en esa misma bifurcación, para el otro lado. Recordábamos el nombre del hotel y volvimos en burro. Uno de esos equipos que alquila los animales, para el mínimo paseo y el alto costo de un burro manso, nos trajeron entre risas. 
Tengo un sobrino que se perdió en la peatonal, que no era tan peatonal, pero se llenaba los sábados a la mañana. Los sábados en las mañanas de invierno, de otoño, de primavera, en el verano no tan, tan, pero igual, los sábados la peatonal se llenaba de gente. Se comparaba y se paseaba. Era sábado. Una prima (en realidad su hijo era un sobrino segundo) vino con sus hijos. Vidriera va, vidriera viene de los dos quedó uno cerca y empezaron con Cachito, Cachito… El nene estaba detenido en la vidriera de juguetes, una cuadra mas allá, sordo y ciego a lo que no fuese ese tren que estaba en la vidriera y que andaba. Tiempo de juguetes electromecánicos, de vidrieras de juguetería, de peatonales tranquilas de robos y descuidos pero llenas de gente que hacía lo dicho. Paseaba. Compraba. Se encontraba. Soñaba con un tren eléctrico y listo. El perdido solo advierte su descuido, el yerro, la increíble distracción cuando perdió el camino. 
Hay anécdotas de colectivos que arrancaron sin la tía. Sin el sobrino, sin el hijo. En el perdido hay una distracción de partes que complica las pruebas. El perdido está practicando un olvido que los demás no atienden. Ni sabe donde tocar un timbre conocido. 
La sensación de perdido es diferente a la angustia del ascensor que baja rápido y del agua que apenas deja flotar y la orilla tan lejana. Provocan angustias, pero cercanas al miedo por la vida. El perdido no teme por su vida, simplemente no entiende lo que pasa, no sabe cómo salir de la ignorancia, del desconocimiento del paisaje, de las tantas luces, de lo que no estaba en el programa, de la sorpresa. No pensaba perderse y sucedió. Pensaba que siguiendo a Juan todo estaba bien, pero ni Juan esta cerca cuando uno se pierde. O se pierde por eso. 
Pero en el fondo hay un parecido. El perdido necesita un rostro conocido, un paisaje que ya había visto, un  cierto destino que calme la mitad del pecho y el toco toc del corazón y la garganta cerrada. 
Quien ha estado perdido sabe que se aferra a cualquier salvavidas, a cualquier brazo, a la primera señal de amistad o de confianza. 
Quien se ha perdido entiende lo que pasa cuando es otro el que lo dice: me siento perdido. Saber lo que ocurre es bueno para ayudar. El perdido necesita calma y recordar el último sitio conocido, bueno, amigo, el anterior lugar y el destino verdadero. El perdido está en un limbo del que debe salir y eso es lo que hay que hacer. Recordar cuando fue uno y qué cosa necesitaba. Ayudar.
Las burlas en el retorno, las chanzas por haberse perdido no calman ni quitan una circunstancia. Si sabemos qué cosa es perderse podemos enderezarnos. Uno o muchos. Si no sabemos el valor de lo perdido ni siquiera Borges nos salvaría cuando habla de ”lo perdido, lo perdido y lo recuperado”. La calma, el horizonte recupera al perdido. Y un burro que, con calma, nos lleve de vuelta a la casa conocida. El perdido no pide rapidez, exige seguridad en el destino.

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