El apretón de manos sella un trato, un saludo. Es un gesto. No podemos escapar de los rituales. El apretón de manos es eso. Por lo menos.
La mas importante decisión ritual es la vida. Conservar la vida. El que sale a respirar, desde debajo de las aguas, lo hace por cuestiones animales. Los pulmones piden aire.
El que se va “ a vivir una cultura diferente”, como dice el cantautor, está buscando otro aire, tan vital como el anterior. Vivir es tratar de entender, aprender, conocer.
Pertenezco a una generación que tenía por dogma que quien no razona no vive, que razonar solo es posible con el conocimiento y que el conocimiento es fruto del estudio. Confesión: hemos sido derrotados.
Si el mas importante ritual es la vida la muerte trae el suyo. Conocí algunos casos de pactos así, rituales, que permitieron respirar a algunos. No fue casi nada en un mar de locura, apenas algo. Todos los muertos allá están, injustamente puestos en el silencio, todavía sus deudos propician el sonido de los recuerdos y es justo que tal sea.
Para los que vivieron por estos rituales la resolución de la vida ha sido distinta. Ignoro si fue mejor o peor. La vida siempre es mejor, la esperanza no fue vana, pero no se que piensan – hoy - aquellos que fueron salvados por rituales.
Un caso el de ése monseñor que entregaba la biblia, en la fila de desahuciados, de personas secuestradas y destinadas a la muerte. Su pacto era ése. Quien se llevaba la biblia no era ajusticiado, ni tirado a una fosa común, ni arrojado desde las alturas al mar. Uno por vez.
Otro caso el de un equipo de profesionales deportistas que, por la proximidad obligada con el peor de los males, el de los humanos creyéndose dioses, salvaban a sus hijos, los amigos de sus hijos y los amigos de los amigos de sus hijos. Uno por vez. Uno por cada encuentro.
Otro el de la esposa de un personaje famoso del deporte que, por relaciones de estudio, conoció a muchas compañeras (de estudios) y lo mismo. A uno/una por vez, en cada encuentro un pedido.
Cumplían los pedidos. Nada les costaba porque eran dioses del mal, dioses que satisfacían su ego otorgando el perdón. Indigna recordarlo. Existió. No sirve un juicio y adjetivos, estamos recordando, estos son recuerdos, no articulados de ley alguna, pero conviene puntualizarlo. Sucedió.
Del mismo modo que es necesario recordar que Ricardo Balbín, en un reportaje para la televisión española aclaró: “ no son desaparecidos, son muertos, asesinados…” Nadie de su rango lo había dicho hasta entonces. Ni Perón.
Tal vez el caso, uno de los casos mas especiales, fue el de un muchacho rosarigasino, que estaba para el pabellón de la muerte y amigos de su padre, un personaje fenomenal, apacible, querible, conocido, pidieron por él.
El general dipsómano, que además de asesino decidió una guerra solo para intentar perpetuarse en el poder y nos mandó mas al infierno, porque todavía no honramos como se debe a esos muertos, lo llamó y le dijo. Le estoy otorgando la vida. Trate de no hacer cagadas. Váyase lejos. No quiero verlo mas. La próxima vez que lo vea será porque es un cadáver. Entendido… retírese…
Había un día de demora hasta el viaje a España. Como escapar de saludar a los mas amigos, los que habían pedido; uno de ellos le dijo hay un cóctel recontra público en el Club. A la madrugada te vas. Viene un escritor famoso, tomate el último vinito blanco…
En un aparte del cóctel estaban con el escritor famoso y apareció el general dipsómano, que fue protocolarmente presentado, dándole la mano a cada uno. Cuando llegó al personaje en cuestión este le dijo: “con el general ya nos conocemos…” Ambos sonrieron. Nunca sabré que pensó cada uno de ellos en el instante de ése apretón de manos.
Creo, en cierta forma del sesgo, que la vida es eso. No saber que pasa e igual contarla, vivirla, convertirla en recuerdos.
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