Google+ Raúl Acosta: Papelitos #AntesQueMeOlvide

viernes, 3 de agosto de 2018

Papelitos #AntesQueMeOlvide

Publicado en el diario La Capital el 03 de Agosto


Viajar trae cosas a la cabeza, mejor: deja cosas en la cabeza de los viajeros. Básicamente dos: paisajes y costumbres diferentes. 
Algunos creen (y debe mantenerse esa creencia porque no es nociva a la salud particular o social) que las fotos y filmaciones de aquellos lugares visitados son buenas en el porvenir, cuando se retorna a la rutina. 
Es Borges quien dice, con sus palabras, que somos una rueca que hila el pequeño hilo del presente, armando un tejido de pasados reales, inconclusos, imaginados pero puestos detrás del hilo que tiene un segundo de presente y todo el ayer. Adhiero. No está mal que fijemos el ayer con una foto, una filmación. No está mal. Muchos lo hacen. 
La otra carga que traemos de otras comarcas es la costumbre, transformada en comidas, bebidas, diálogos y lo básico. La conducta social. 
Hace muchos años, realmente muchos, que circula un dicho ya extinguido de las conversaciones pero aún sano: “ donde fueres haz lo que vieres”. 
Si se trata de comer super picantes, como los mejicanos, no tengo un alto entusiasmo, si de bailar y zapatear flamenco puede que esté excedido en ganas y en peso, pero por allí va la cosa. 
Mis primeros viajes fueron a las islas. Los pescadores comparten su pesca sin problemas, es lo natural. Saludan al que llega, despiden al que vuelve a la ciudad. Ni dan consejos ni piden ayuda. Comparten. De aquellos isleños que conocí hace tiempo aprendí que hay que llegar con algo, pero lo mejor es llegar con ganas. 
Viajar sin ganas no tiene buenas consecuencias. Viajar con la mente abierta trae diferencias. 
En una visita a Amsterdam una pareja cruzó delante, cada uno en su bicicleta. En la bici de la mujer una canastita trasera con una nena pequeña. Junto a ellos dos Bicicletas mas, para dos hijos pedaleadores y sonrientes. El varón de la pareja llevaba un GPS o teléfono en esa función e indicaba el camino. El hijo iba cantando, la nena hablaba por un fono sin manos y la mujer charlaba sobre la ruta con su marido. Cascos, mochilas. Todo el atuendo. 
Por un instante pensé en esta ciudad e imaginé la violencia en las esquinas, el tiempo en que les robarían los celulares, los cascos, las bicicletas, las capas para la lluvia, las zapatillas, la vida. 
Hace años, muchos años, tantos que en España se vivía con pesetas como monedas, tomé un taxi y le pregunté cuanto me costaría el viaje hasta Pedro Muguruza 4, donde vivía un entrañable conocido. Menos de cinco pesetas dijo el chofer.  La argentinidad es esdrújula, íntima y genética. Cuando llegó a las cinco pesetas le advertí que estábamos en esa cifra y no habíamos llegado. Levantó la bandera que detuvo el fichaje (todavía era un reloj taxímetro de manija / bandera  para indicar ocupado o vacío) y cuando llegamos dijo: “Esta es Pedro Muguruza y allí está el edificio, son cuatro pesetas 50…” Pagué sabiendo que estaba recibiendo una lección por menos de dos duros. 
Cuando Antonio Gades, con quien gustaba charlar en su chalet alquilado en el Barrio Bosque Peralta Ramos, el verano que engalanó Mar del Plata bailando el mundo desde un escenario, criando a su beba, que era recién nacida, producto de su segunda pareja, cuando el adulterio se pagaba con la cárcel en España, el bosque traí paz e intimidad que no rompíamos los otros colegas y yo, mientras Antonio pasaba las mañanas y aprendiendo cartas de navegación, para dar la vuelta al mundo en su velero, en esas mañanas solía decirme: “bigotes, que país tienes, deberían alquilárselo a los alemanes y cobrar el 10 por ciento de interés anual…ellos lo harían funcionar…” 
Algunos, cuando retornan se refugian en la certera anécdota que en lejanas comarcas no tiran ni un papelito al suelo y es rigurosamente exacta. La conducta social es eso. Cumplir con las leyes. Aún la de circular, a pié, con mano y contramano para facilitar el tránsito. 


Conducta social. Envidio. Sufro. No saco fotos en los viajes, prefiero guardar en las retinas esa música (como decía el viejo Perón). Y lo elemental. No tiro papelitos. Sueño con una Argentina como esa que se encuentra fuera. Sin robar y sin matar (allá penado, aquí sin castigo) frenando en las esquinas, tirando los papelitos al cesto. No es pedir demasiado para un sueño. Es todo.

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