Serrat resiste en solitario
Sobre el año 69, fin de la década, un jurado de notables y el voto popular en Buenos Aires rechazaba “Balada para un loco” en el Primer Festival Iberoamericano de la Canción. El rubro tango lo ganaba “El ultimo tren”, de Camilloni y Ahumada, cantado por Jorge Sobral. Segundo el poema de Ferrer para el valsecito de Piazzolla, cantado por su pareja: Amelita Baltar. El día antes, el día después, un bolero de Serrat y una canción sobre un entrañable pueblito portugués azotaba Argentina. Tu nombre me sabe a hierba y Fiesta.
Serrat quedó impregnado de argentinidad sobre el comienzo de los años 70. A su trabajo sobre Machado, al que accede al cantar en español y mirar hacia los hombres de un cielo republicano, le suma León Felipe, Alberti, el poeta emigrado que aquí compone en conjunción con Guastavino (un musicazo santafesino injustamente traspapelado) Tal vez un Goytisolo a punto: el que rescata a Miguel Hernández (Historia conocida) Finalmente Hernández.
En este diciembre, antes de cumplir sus 67 años, ha cantado nuevamente en Rosario.
Su pianista aún es Miralles y sus aflicciones las mismas. Nada ha cambiado.
Deberíamos citar a Neruda. Si. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. El parecería que si.
Esta no es una crónica de espectáculo, tampoco de sociales. No importa ni quien estuvo por allí ni su vestimenta y su facha. Ni como anduvo el sonido y el calor en el recital. Nada.
Como anduvo Serrat y como anduvimos nosotros. Eso si.
Serrat canta a Miguel Hernández después de estudiarlo (creo que es el mas profundo de todos, el único que compite en barbas con Vallejo y Neruda. Insisto en sumar a Borges y Tuñón, es un capricho personal. Vale.) Ponerle música a la tragedia (un poeta muerto de tuberculosis, en la cárcel, por sus ideas, a los 31 años de edad, es eso y nada más: una tragedia) no es fácil ni barato. Se paga. Te duele hasta el hueso Hernández y también te duele que algunos tosan y otros se duerman con sus palabras dichas como lo pedía el autor: desde el alma. A Serrat el recital, así sea un profesional del canto, le cuesta sus vientos y sus canas.
Por debajo de este encuentro (dos días, arrancando a las 21,40 y hasta las 23,58, exactamente) que repitió en Córdoba y Baires, acaso en otros sitios, no tiene tanta importancia el lugar, por debajo corre lo mejor, está el mensaje vital, el que la vida entrega.
Aquel Serrat de la cuesta subida en fiesta es el que cierra, en este 2010, con el mismo tema. Los que la recuerdan acompañan. Algunos lagrimean. Aplauden, agitan los brazos. “Aquí, serrat, aquí, aquí joan manuel, nano, por aquí, majo”. Ya había pasado con el encuentro del camino que no está, que se hace y no se puede desandar. Todos cantándola. Las luces encendidas. Al diablo con la acústica de latas sueltas. Pura garganta engolosinada.
Debería Serrat traernos la hondura de Hernández y hacerla que se comparta. Eh.
Era necesario unirla a sus poemas, o la cita de Machado. Eh. Eh
Porque debería hacerlo. Eh. Eh. Eh
No hay respuestas a las preguntas. Constataciones varias.
Tiene Serrat poemas cantados donde las cosas son eternas, connotan pertinaces, exactas.
No hago otra cosa que pensar en ti. Fiesta. Mediterráneo. Pueblo blanco. Penélope.
Varias. Algunos elegirán unas, otros blanquearán diferentes amores. Hay eso: varias
Era/es evidente que Serrat, cantando algunos de sus 30 temas más conocidos, llenaba y llena de gozo a las muchachas jóvenes del 60, del 70, las del 80. Las que lo son, las que lo fueron antes. Era y es evidente. Aplaudieron más sus temas cercanos al holocausto amoroso que los de Hernández.
Si fuese un ladrón habitual de espectáculos y borderauxs le hubiese resultado fácil el latrocinio. Las enamoradas señoritas empingorotadas (invitadas con tarjeta de cartón) cantarían y aullarían al borde del escenario. En realidad lo hicieron. El no le dio importancia.
Arriesga su vida artística (y la otra, por la entrega) poniéndose al costado de Miguel Hernández, el que en vano se invistió de amapola. La arriesga y la recupera, por si hacía falta.
Muestra calaveras, zapatos arrugados, a la enamorada muerte enamorada en el juego de imágenes claras que acompañan, por su espalda, al primer tiempo del recital.
Después, como si quisiese liberarse del encierro que el universo de Miguel Hernández levanta, Serrat vuela a su poesía. La respalda. Allí se guarda.
Lo vi tan despojado de Tinelli, tan envejecido y fiel, en su retrato, que lo admiré, yo que vengo del escepticismo de Discépolo como mi suerte y mi manager. Serrat está resistiendo el olvido y oferta sus temas y los de otros, como iguales. Generosamente igual a su pensamiento desde hace tanto tiempo.
No pude menos que comparar. No lo pidió. La canción es, como sea, testimonio y política definitiva de los hombres. Es su vida. Nuestra vida.
Cuántos de aquellos que lo escucharon en 1970 están en condiciones de cantarlo del mismo modo. Eh. Convicción y esperanza aquellas. Cuántos. Eh. A quienes les estaba cantando en este noviembre rosarino del bicentenario. Quienes estaban en condición de escuchar como antes. Eh. Eh.
Llegábamos a los años 70 con estos versos “Ponete una peluca de alondras y volá, volá conmigo ya” O con estos: “Te encontraré una mañana, dentro de mi habitación, y prepararás la cama para dos”. También con estos: “De vez en cuando la vida toma conmigo café”.
Al cierre del recital, si es que allí estaba, el cura volvió a sus misas.
Nosotros también.
Raúl Acosta
Testigo.
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