Una reciente campaña televisiva, también resuelta en vía pública, ha puesto de moda un verbo: “pripear”. El verbo no existía. En rigor no existe. En la práctica si. Proviene de una onomatopeya:”Prip”. Con ella se traduce en letras, el sonido de una línea de teléfonos intercomunicados. Al establecerse la conexión los teléfonos hacen un ruido identificado como “prip”. El resto es imaginación de los creativos publicitarios.
Convertir hechos de una realidad (sonora en este caso) en otras realidades es un invento fenomenal. Algo de complicidad posee. Es necesaria.
Escribir sonidos es mágico. Poco a poco la lectura es una antigüedad. Hemos perdido el hábito oral de la literatura, se quejaba Julio Cortázar. Excepto en los avisos televisivos, en las películas, en las ficciones, nadie lee en voz alta. Puede sospecharse que los avisos están hechos para que se imagine (uno) lo que jamás dirá: jamás diremos “prip”. Al menos yo. No se usted. Me confieso poco afecto a “pripear”.
Convertir una convención de lenguaje en verbo es sencillo. En Argentina todo el idioma es un mutante. Está bien. Disparemos de la letra muerta. Pero, pero: algunas reglas deben mantenerse. Deberían protegerse. Cada vez hay menos reglas claras. El lenguaje llega de la vida. Es un canto rodado. Lo dicho: un mutante. Pronto permitirán escribir zanahoria con “be” larga y no importa que no la incluya. Un decreto de necesidad y urgencia lo resolverá satisfactoriamente. Se declaró hace mucho tiempo la moratoria de “B” larga y “V” corta. O labial y labio dental. Los avisos dicen muy campantes “ve-be-u-be-a” y lo escrito es otra cosa. El banco es otra cosa. Líbrenos Dios de tener que deletrear, a los españoles, Walter, Wenceslao o Ubaldino.
El timbre es una onomatopeya reconocida. El “ring” marca toda una historia en las convenciones gramaticales para representar, narrar, traducir sonidos. Hasta el ring raje es un clásico.
El”gulp” para el atragantado por una sorpresa es veterano. Viejo pero en buen estado.
En las historietas, cuando no se permitía el insulto las viboritas, los signos de la máquina de escribir reemplazaban el recuerdo para la mamá del otro (##”**ç+&+ sería poco mas, o menos, el recordatorio de la vieja del enemigo) La liberalización del lenguaje ha quitado esas imprecisiones y la madre se menta en vano, pero claramente.
Foneame. Gugleame. Los verbos vienen en bandadas. Entenderlos es inevitable si se quiere seguir en la incomunicación ambiental. Una suerte de contaminación gramatical, si se desea purismo. Peste y descuido. Quien no está atento se convierte en cocodrilo. En sorda piedra. No entender es la peor de las discapacidades. No es manifiesta hasta el momento de responder.
Tilín, tolón. Tan, tan. Las campanas y los badajos responden según su grosor. Más de uno buscará el significado de tañir. Antiguo verbo que vive al cuete. Nadie tañe las campanas ya que, según se sabe, las campanas doblan. Hay que saber por quien.
En el 1929/30 el mundo quebró. Su quebradura es parte de la historia y no hay quien nos convenza que el sonido de la quiebra, el crac, no es otro que aquel impuesto a la economía del mundo desde aquellos años, los del Crac del ’30. Buena parte del cinismo de Discépolo se consolidó con aquel sonido. Un sonido yanki que dolió en el mundo.
El puaj de asco. El guau del perro. El pío, pío de los pajaritos o pollitos, según. El croar de las ranas y el frufrú de las sedas (si ése fru-frú es perfumado, entrecierro los ojos y digo si, si, ojalá siga para siempre).
Estamos llenos de convenciones. Glú glú es tragar y las horas agonizan con su lento tic-tac. Ejem es el carraspeo y callarse es chist. Que es otro verbo: chistar. Yo chisto, tu chistas, ellos son unos maleducados. En tiempo presente, por supuesto.
Hay palabras que se fueron desplazando. Un bardo era un poeta. Como el poeta vivía alejado de la realidad se trasladó a “no lo hagás al bardo”, es decir al cuete, sin sentido material. En el fin del siglo 20 llegó otra acepción: “bardear”, agarrar para la chacota.
Ningunear es otra cosa. Es convertir a los demás en ninguno o ningunos.
Todo tiene un uso, nada se pierde, simplemente se transforma. Lavoissier es el dueño de la última, de la verdadera palabra. El mundo es un reciclado. La Naturaleza , que es programada, sin sabiduría pero bien programada, tiene siempre un plan B. Aún para las palabras.
Una pregunta difícil ¿Puede la política reducirse a convenciones gramaticales, a onomatopeyas? Si y no. Como Evita no habrá ninguna igual, no habrá ninguna. Este año “bardearon” el 4 de junio de 1943 y del 1946. Revolución contra Castillo y Jura del Presidente Perón. Ja. Ja. Ja. Ejem. Allí empezaron muchas cosas en Argentina. Con o sin onomatopeyas. Con una muy fuerte convicción: después del peronismo uy, uy, uy.
A Perón podrán bardearlo, pero no pueden evitar sus genes. Los muchachos y acaso las chicas (ésa chica) vienen de ésa cadena helicoidal.
Fonean, guglean y mailean a lo pichicho en esta segunda década del siglo XXI, pero no logran escaparse de la palabra que definiera Cooke. El hecho maldito.
Moreno y De Vido, por citar dos generaciones, como Cristina F de Kirchner y Aníbal Fernández son peronistas. Kicillof, Hebe de Bonafini, Schoklender y Boudou no. Todos viven esperando el chist de la señora. A veces su mirada impone la regulación, callan sin chistar. No sabría, hoy día, explicar a Kicillof o Hebe con un sonido.
El peronismo tiene el bombo. Lo acallan. El peronismo, convertido en eje, se adormila. Se abusan de su generosidad. Algunos fueron cocodrilo, como Alberto Fernández, el amigo de tantos desde la década del ’90.
Mauricio Macri hace gulp ante los desvaríos de Balcarce 50. Sus amigos finos, Rodríguez Larreta, pariente de la gloria de Don Ramiro y Federico Pinedo, el familiar de las medidas de una década de 13 años, carraspean: Ejem. Ejem. Ejem.
El radicalismo duerme (zzz) Algunas conversaciones de políticos son, tal cual pide el diccionario de onomatopeyas y convenciones, conversaciones ininteligibles o sea: blá, blá, blá.
Puestos a contestar dónde se encuentran los problemas personales de CFK, que ahora parece que pesificará sus dólares, como algunos relatores pidieron, sin especificar, esos relatores, qué harán con sus bulines neoyorkinos; puestos a contestar la pregunta tiene su suspenso: tatan, tatán… (un sonido muy Beethoven) o tan tata tan, tan tata tan… Para ser claros, los problemas de CFK, como los de muchos senadores, productores agropecuarios, gremialistas, gobernadores y ministros de economía, pesificadores asimétricos y profesores de golf, historiadores y/o relatores de una nueva crónica urbana del peronismo, ya puesto en revolución blandengue, se encuentran y reconocen un solo origen onomatopéyico. Los problemas tienen un origen que puede dividirse en personal, intransferible, bien ganancial o del erario público. Un origen que endeuda. Que terminan pagando los que nada tienen. Un problema (un sonido) que el título de esta nota explica sonoramente, “full/full”. Para otros la solución es un clásico pacto sonoro: (##”**ç+&+) que todos entienden muy bien. Sol. Do.
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