Google+ Raúl Acosta: El Pollo y el Pancita

miércoles, 19 de junio de 2013

El Pollo y el Pancita

Las verdaderas historias de los personajes están en su familia, en los suyos, en las biografías. Estas historias de la ciudad son pura fantasía. Vamos con dos de ellas. El Pollo y el Panza no fueron exactamente así y no importa. Con la niebla del ayer se miran mejor algunas cosas. Con perdón, afecto, nostalgia. Como formas puras del amor.

El Pollo.

Justo Palacios, el Pollo Palacios era bajo y tenía dos voces, una tranquila, cuando hablaba y una más alta, chillona, cuando se enojaba. Un personaje el Pollo. Era periodista. Se lo encontraba en una mitológica redacción. En sus años rosarinos fue uno de los que verdaderamente tuvo trato profesional con Agatha Galiffi, la también fenomenal estrella de la mafia. De aquella del siglo 20, que hoy sería lo que es, una mafia de opereta, de teatro, de cine, de Gran Guignol. Hoy las mafias son otra cosa. Qué no daría por oír al Pollo en la redacción de La Tribuna contando de las mafias de la droga con esa voz suya, tan vehemente. Y su enojo. El Pollo era un tipo cabrón, un buen cabrón. En la redacción de La Tribuna el Pollo era uno más de una fauna que merece la evocación. El gordo Schwind, el colorado Di Marco, el fotógrafo que trajo en un grabador Geloso de cinta abierta, las instrucciones de Perón para estos pagos en aquellos años. Nos reuníamos a escuchar al Viejo. Juá. Qué años. Clandestinidad para escuchar una cinta de Perón mandando saludos a sus muchachos. Juá.

Mainetti y Albanese eran los dueños y el diario era de tendencia Demócrata Progresista. Declarado. Pero nadie se daba cuenta. Era un diario de la tarde, un diario como se decía entonces "caliente". Los diarios ayer y hoy y mañana, tienen tendencia. La Tribuna tenía tendencia a contar las cosas de la ciudad. En la redacción Eduardo González Garrido, más atildado y mas RRPP que hoy. Nacho Villamil, el viejo Efrom, acaso el más longevo periodista que conocí. Y Reynaldo Svend Segovia haciendo del periodismo su vida. Recortando papelitos, emparchando notas, acomodando el texto para que entre un aviso, bienvenidos los avisos, decía. En La Tribuna salían, hasta el invierno, las fotos de las niñas disfrazadas, las mascaritas de carnaval. Eran años de Carnaval y Semana Santa. Viernes de Gloria, Sábado de Resurrección. Mi Careme.

El Pollo usaba saco y lápiz en el bolsillo del pañuelo. Una vez llegó tarde, se había bajado del tranvía para tomar los datos de un choque. Libretita. Lápiz.Una de las más preciadas libretitas era de un fin de año, o casi. Hace mucho. El estaba en La Habana cuando llegó Fidel. Pocos periodistas. Argentino uno solo. El Pollo Palacios. Una vez la trajo. Ajada libreta. Mostró la primera página: "Llegó Fidel", decía. Letra grande y despareja. Por irreverentes sonreímos. Parecía poco. Je, je. Por años me acompañó la frasecita "Llegó Fidel". El Pollo estuvo. No fue poco.

El Pancita.

Nunca pude recordar bien el nombre. Pancita, El Panza. En el viejo y desaparecido, pero no olvidado, en el viejo desaparecido y no olvidado bar Sol de Mayo el Panza era parte de sus días y sus noches. El Panza levantaba quiniela y le faltaba una pierna. Usaba poco la muleta. Daba vueltas al billar acompañándose con el taco. Jugaba al billar y perdía. Era chinchudo. Así se decía al mal carácter. Tenía derecho a tener mal carácter. En los bares de hombres, aquel era un típico bar de varones, el mal carácter se justifica. O se resuelve a trompadas. Nadie se peleaba con el Panza. ¡Qué bar aquel bar! Era el bar de los que levantaban apuestas a las carreras y hasta ponían una banderita verde si en el hipódromo se demoraba el resultado y no levantaban rápido las chapas. El bar donde recalaba Soplito, el cana que manejaba un taxi Merceditas (Mercedes Benz de la época de Perón). Purgalo, le dijeron y le trajeron aceite de ricino. El Merceditas tosió mucho y se paró. Ahora tenés que esperar que desa-gote le dijeron. Es como los chicos, le acotaron. Por años estuvo la broma. Soplito está esperando que el Merceditas haga caca. Hacéle provechito, Soplito! Juá. En ese bar a Carlitos ‘la Española' (como le decían), dos disfrazados de médicos le curaron del mal. De feroz hincha de Ñul lo revisaron, estetoscopio y delantales mediante, le tomaron la presión sanguínea y diagnosticaron: Si te hacés hincha de Central te curás. Y Carlitos ‘la Española', hermano de los hermanos García, fenomenales hinchas de Ñul (Quique y Oscar) se volvió hincha de Central. Armaba y desarmaba su pañuelito paseándose al borde de la cancha, en la vieja cancha de Central: "Taba enfedmo cabecha", −decía Carlitos−. Un down que jugaba al billar, al dominó y su especialidad: El truco mano a mano sin cartas. ¡Qué bar ése bar! El Pancita tuvo un grano, una dureza, algo en la pierna que no se curó. Desatención, mala praxis, la casualidad del destino, burlándose y esas cosas que en los cafés de tanto escucharlas uno ya ni las pregunta. Pancita Biagioli fue uno de los mejores y más espectaculares ‘fulbá centro' que ví en mi vida, de un mitológico equipo de Rosario Central. Sacaba todo fuera del área, pelota, jugador, esperanzas de tranquilidad a los atacantes del equipo contrario. Qué fulbá señores, que fulbá. Escribo esto tontamente, con los ojos nublados. No era bueno jugando al billar.

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