Con el estío llegaban las mariposas del alfa. Blancas, alguna pinta gris, las emboscábamos en mitad de la calle y en mitad de la siesta con una rama de paraíso (diga “paráiso”) y las guardábamos en cajas de zapatos prolijamente acomodadas según orden de llegada.
Pasado el verano olvidábamos las mariposas, la caja y la inocente y brutal red: la rama de “paráiso” (se escribe paraíso)
Los abrepuertas, trapitos y malabaristas aparecieron como las mariposas del alfa (ya ni alfalfa ni lino ni nada en los alrededores, con la tierra vendida por metro cuadrado no hay modo de cultivar algo distinto a lo usual: condominios). Un día llegaron y recibieron su paga, una moneda entregada a desgano, con descuido, con fastidio, con murmullos. Una moneda por nada, por algo. Uno no sabe tantas cosas y entre la montaña que ignora está el porqué de abrepuertas, trapitos y malabaristas. El porqué no es, seguro, el avance de las urbanizaciones y los plaguicidas. O si. A diferencia de las mariposas se enferman en invierno pero aguantan. Un día llegaron y se quedaron.
Setiembre, este setiembre del que hablamos hoy, vino intempestivo, cruel, frío, invernal; en estos días los abrepuertas se acomodan y hacen lo suyo. Los trapitos son mas estoicos, hacen la señal para que estacionen por ahí, luego corren para enseñarle a salir al que se va, que debe dejar la moneda. El peso. A los malabaristas del semáforo le tiemblan las coyunturas, pero estar es recibir la moneda y la suma de monedas la comida.
Tengo la íntima convicción que hay organizaciones de abrepuertas y trapitos. Los que rodean las canchas, los que envuelven al Casino pertenecen - me mantengo en la íntima convicción - a organizaciones superiores, acaso relacionadas con territorios de la droga y delitos conexos. Es una convicción tan íntima que desafía a toda negativa oficial. No le hace al sujeto en cuestión. El sujeto es que abren las puertas y acomodan autos que se acomodan solos en sitios donde nadie los robaría ni desacomodaría. El otro sujeto de estas reflexiones es que abren puertas que saben abrirse solas.
Los malabaristas también tienen esquinas fijadas. En esta el de las clavas, en aquella el de las tres pelotas, en esa, la de mas allá, el de los aros y el hula – hula. No son malabaristas pero se ha visto (y oído) violines y trompetas en algunas bocacalles.
El enjambre de pirañas en los semáforos de múltiple paso es otra especie. Ensucian un parabrisas y lo acomodan en 30 segundos. Demasiado para los récords y estadísticas. Muy complicado para los aprehensivos. Roban, meten miedo, son inofensivos, da cosa en el pecho que pidan la moneda ante el vidrio levantado, porque todos levantan los vidrios ante el cardumen (enjambre o cardumen) de pirañas de las esquinas semaforizadas. Otra especie, ya se ha dicho. La sociedad ha cambiado.
Se ha querido y se quiere, con razón, identificar a los trapitos, los acomodadores irregulares de autos estacionados en cualquier calle y por un rato, que de ése modo saldrían de la clandestinidad. No se sabe qué hacer con los abrepuertas. Hay sitios donde su paga puede calcularse. Céntricas esquinas de tiendas de múltiple uso. En algunos sitios mantienen una sorda lucha con los choferes de los taxis.
Los abrepuertas y los trapitos mantienen una sorda lucha con la vida. No aparenta fácil vivir de abrir las puertas y, con un diario doblado en la mano, indicar que se puede estacionar donde no es posible que entre un “fitito” doblado en dos. Tarifa fija y pechera es aconsejable. Son consejos urbanos de quien duerme bien y ve la vida desde la panza llena. Son los mejores consejos.
A los trapitos pasa la policía y les pregunta si vieron algo. Nunca vieron algo. Han sido construidos para no ver nada y saberlo todo. Los trapitos y los abrepuertas se conocen, tienen horarios y destinos. Hay quienes saben mas de la vida que muchos de los que bajan del auto o estacionan haciendo “cordonear” la trasera derecha, siempre la mas sufrida de las cuatro llantas. No están agremiados pero “casi casi”. Otra vez la convicción: tengo el íntimo convencimiento que sí, que tienen una organización y que responden a mandamientos teleológicos de los que alguien saca provecho. Mucho provecho. La modernidad cambió a Lavoissier. Nada se pierde, todo se negocia.
Aquellas, las mariposas, los lepidópteros, fascinaban a los aprendices de entomólogos. Eso fuimos con la caja de zapatos y la colección. La grande, amarilla y negra, la de las alas coloreadas, las blanquecinas del alfa. El viento del estío las traía. Un día desaparecieron. No volvieron mas. Es otra la ciudad.
Un día llegaron los trapitos, los abrepuertas, el cardumen de pirañas entusiastas de la limpieza express en los semáforos de paso múltiple, y los malabaristas. Llegaron y se quedaron.
Alegoría de las alegorías. Queríamos a las mariposas, pero las matábamos. Eran insectos. Sabemos que están aquí, allá, acullá, malabaristas, abrepuertas, trapitos y la teleología del delito en la otra cuadra. Los ignoramos, en cierto modo los matamos. No son mariposas, son parte de la ciudad y la sociedad que somos. Lejanos del paraíso (diga paraíso, nomas)
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Hay reponerse a las verdades de mariposa, a las indiferencias de mariposa, a las crueldades de mariposa. Jamás nos reponemos de esas maneras de mariposa cuando las/nos pensamos, y nos descubrimos esta sociedad tan oruga sin destino de mariposa.
ResponderBorrarBendita la Pluma del Poeta que lo sabe y lo dice.
Besos en la frente de verdaderas mariposas de ese Poeta.
las almas van en cáscaras pero siguen siendo almas que vuelan, sueltas, cuando se las piensa. pensar las almas es obligacion de la poesía, pensar y vivir con ellas. besos en la frenteeeeeeeeeeee. la poesía siempre suicida la tristeza
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