Google+ Raúl Acosta: La injusticia es invisible

miércoles, 19 de febrero de 2014

La injusticia es invisible

(Publicado en diario La Capital, miércoles 19 de febrero de 2014)

Muchas feministas sostienen que en una sociedad machista las mujeres se vuelven invisibles. El aviador Saint-Exupéry sostenía que lo esencial es invisible a los ojos y se podría agregar: algunas injusticias parecen invisibles.

La ciudad de Rosario acomodó sus basuras domiciliarias de un modo lógico. Esas casitas verdes, donde se tira lo desechable, se esparcieron por la ciudad. Las hay de otros colores, para discriminar la basura, pero su distribución en la zona donde la basura es importante asegura el trato. Los desechos de la ciudad se acomodan para que los camiones los lleven hacia una montaña, en Ricardone, donde cualquier mal sueño es posible. La montaña de desperdicios a la vera de la población cercana se ve desde la ruta; no sería extraño que alguien haga una serie de fotos sobre semejante inmundicia que no debería enorgullecer a nadie.

El más importante contrato municipal es el que paga la recolección de basura, la población sabe que si se acumula a su costado será en ese costado donde comenzará la podredumbre. Con y sin metáfora.

Hay sitios especiales para la basura. Al costado de "La Favorita", ahora Falabella, por calle Sarmiento entre Córdoba y Rioja, levantar la basura de la tienda, básicamente cartones, tiene hasta turnos mañana y tarde. Una suerte de Lavoissier del subdesarrollo y la miseria acompaña a los camioncitos que pasan a llevársela. Nada se pierde, todo se transforma. Aquello que es desechable para unos es el comienzo del trabajo de otros. Ciclos. Distintas realidades. Todas en el mismo momento y en el mismo lugar. Rosario. Argentina. A la mañana, la tarde y la noche.

En los barrios en un flaco rocín, en el centro en bicicletas, en pequeños triciclos reacomodados, en carritos de supermercados reciclados, a pie. Los que revisan la basura son muchos. Generalmente un varón adulto y uno o dos pibes. A veces una madre. A veces los pibes se meten en esas casitas verdes. Las revisan exhaustivamente. Nadie los ve. Están allí, como hormigas gigantes revisando una comida tirada al suelo, el resto de azúcar que se quedó en la mesada de la cocina. Con la misma presteza y el mismo silencio se yerguen en la ciudad y revisan. Tan hormigas que llevan varias veces su peso en esos triciclos fantasmales. Trapos, una silla desvencijada, un colchón húmedo, maderas y los especialistas: los cartoneros.

Doblar por una esquina es encontrarlos. Allí están. A veces se cumple la orden municipal de colocar estos recipientes gigantes cerca de la esquina. Los tacheros los corren hacia la mitad de la cuadra, los vecinos los alejan de su garaje. Nadie los quiere cerca, pero no llegan al mal olor y la desidia. Los silenciosos sin esperanza pasean eso, su silencio por los recorridos diarios y revisan ¿Qué buscan? Buscan algo que no tiene nombre y la tentación es grande, vence a la crónica: buscan un futuro perdido, tirado a la basura ¿Buscan algo mas?

El que busca encuentra. Un juguete que servirá (los chicos inventan su juguete con cada juguete, no rompen, "re inventan") y una silla que tratará de arreglarse. Un maniquí de brazos quebrados, un suéter que lavado servirá y las zapatillas mas cómodas que tuvimos pero que, ay, después del segundo agujero se tiraron, pero aún son de marca y servirán para caminar.

La ciudad sigue su curso, las calle son venas y nosotros la sangre que por ellas circula. Los negocios son órganos, los barrios sistemas y la ciudad el cuerpo humano colectivo. Están fuera del sistema pero dentro del cuerpo colectivo. Si no hay gomas quemadas y piquetes (los mendigos no hacen piquetes) no existen. Ni siquiera la señora gorila puede llamarlos cánceres o parásitos, por una razón sencillísima: no los ve.

Las hormigas de la basura no son vistas por la señora gorda, por el inspector flaco y el comerciante emperifollado. No son vistas. Si no se los ve no existen. Variante verdaderamente injusta del "ver para creer". Confesión: dejaron de ser tema periodístico. No dan rating, no miden televisivamente y en los periódicos hay tanto compromiso con la realidad "coyuntural" que esto, que hace a la estructura de la sociedad ni se menciona. Si al menos se matasen o protagonizasen un hecho policial pero no, son simplemente documentos sociales. Certificados de la vida que llevamos.

En la degradación de una década perdida, de un siglo que agarramos de contramano, en el que decidimos inventarnos un cuento para no mirar la vida real, el documento que conforman los mendigos urbanos, la certificación de la injusticia social es eso: invisible.

Los muchachos que ahora sostienen, desde siniestras cartas, que la verdadera estructura es la movilidad social, aquella que el peronismo ofertó en 1946/55 y por inercia siguió hasta mas allá del '60, los muchachos que ofician de carteros de un relato, deberían pasearse con los ojos abiertos. La injusticia social, tan esencial a la génesis peronista, se ha vuelto invisible a los ojos de los gobernantes. También de sus escribidores.

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