Publicado en diario La Capital, 15 de diciembre de 2016
Jueves 15. Junto al mar. Cuando viajamos llevamos tantas cosas que no sabemos si somos una persona, una oficina, una sala de primeros auxilios o un salón de belleza. Tal vez todo eso y un poco mas.
Ha pasado el tiempo del peine negro y angosto en el bolsillo trasero. No
hay diferencias de género como antes. Sigue la cartera femenina tan llena de
cosas útiles e imprescindibles que resulta difícil, para quien no es la dueña,
organizar tanta solución, pero las soluciones de la vida están (todas) en la
cartera. Los hombres hemos empezado a manejar carteras y bolsos con el mismo
criterio, pero mucho menos practicidad y experiencia. La practicidad no es una
cuestion que se defina con mas o menos hormonas. En los viajes se nota la
diferencia entre quien sabe manejar diez temas a la vez y quien se complica con
cualquier contratiempo.
Es dura y pesada de llevar una mochila de viaje pero nos hemos vuelto
caracoles. Todo con nosotros.
No importa en que padrón se encuentre el documento, la cartera de viaje
contiene las pastillas que recetó el médico, pañuelitos de papel para la nariz,
para los anteojos y las urgencias. Allí empieza la búsqueda. Deben estar los
documentos, que pueden llevarse en la billetera doble ancho… dentro de la
cartera. Algún calmante es parte de la provisión de viaje. El minicuaderno,
agenda y la birome, que siempre pierde el capuchón. Un pañuelo para el cuello.
El folleto del hotel y, acaso, un papel con todas las direcciones y teléfonos necesarios
para llegar. Los otros anteojos y el estuche de los que se portan sobre la
nariz. Cepillo de dientes y dentífrico. El llavero que tiene todas las llaves
menos una, que no debe perderse por nada y obvio, es la que se pierde. El
cargador del teléfono y un enchufe de tres y dos terminales, inclinadas y
derechas, que servirá para conectar el mini secador de pelo que, obvio, también
está en la cartera como el cepillo, el desodorante para las axilas y el
perfume, la crema de cacao para los labios y el lápiz de labio. El destino de
las toallitas es insondable. Allí están y no se irán, pero en cada sitio que
pare el bus se comprarán otras, por las dudas. Debe contabilizarse como una
necesidad en las paradas la reposición de la botella con agua. Descubrimos que
es necesario hidratarse lenta y continuadamente y cumplimos con la vida sana al
menos en eso. Algo es algo.
Las tarjetas de crédito están, la vieja y la nueva. Un billetito
dobladísimo, que es la última urgencia, el penúltimo salvataje. El teléfono (diga
tableta o mini tableta) debe cargarse y allí se encuentra uno de los secretos
del siglo XXI. El pasado, el presente y el futuro de nuestra tranquilidad se
encuentra en los datos de ése teléfono. Se diría que nuestra biografía vive en
la memoria de ése teléfono.
Estamos a punto para el asalto, para que con esa cartera y/o súper
mochila se lleven, si la quitan, buena parte del presente. Tal vez mas, las
fotos del viaje anterior, las de la niña, esas fotos que miramos a escondidas y
que si se van entonces ya nunca…
En los aeropuertos, entre huelgas de aviones y maleteros, el desorden de
brasileros y/o mejicanos y/o compañías de viajes que mintieron reservas y las
monedas extranjeras que nunca aparecen no hay nada que duela o moleste. Nada.
Excepto perder ésa cartera.
Uno de los laberintos que contiene un viaje (esa cuestión del desarraigo
mínimo, pactado en cuotas y con fecha de retorno) es advertir que llevamos todo
puesto y que eso, estimados, eso es todo. Buen momento para recordar a Raúl
González Tuñón y su homenaje a Juancito Caminador: ” todo cabe en una caja,
todo menos la canción”.
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