Llevo no menos de 10 cambios de teléfono portátil. Telefonito. Empecé con aquellos enormes aparatos que había que portar con buenos músculos, hablar a los gritos y orientar la antena. Portátiles si, ladrillos portátiles. Ahora se habla en murmullo por auriculares intra oreja con aparatos que son cada vez mas chicos, perdón, error, eran chicos, porque al ponerles televisión y conexión satelital agrandaron la pantalla. Múltiple choice, múltiple negocio, múltiple cobro. Pagá para ver, pagá para oir. Pagá, bichito.
Vengo de una larga historia. En mi Santa Fe, cuando nací, ya estaba el teléfono pegado a la pared. Se hablaba de parado. El auricular se colgaba al costado. Quedaba colgando de un ganchito y colgar era colgar ¿ se entiende?. El disco al medio (de ahí “discar el número” verbo, neologismo, rediscado y esas cosas) Un aparato rectangular y pesado. Lo números grandotes, recuerdo hasta el ruido del resorte y el engranaje al volver, después de “impactar” para la mínima memoria eléctrica de aquellos aparatos.
Cuando “chico Novarro” dice …“ un vermú con papas fritas en Corrientes y Maipú”… refiere al Suárez de Corrientes , enfrentado con el edificio de ENTEL donde los pajueranos (el también un pajuerano) pedíamos una comunicación, nos daban un numerito escrito en un cartón y esperábamos que nos llamasen. Líneas condicionales. Tres horas de demora a Santa Fe, cinco a Charatas, Chaco. Interrumpidas hasta nuevo aviso a Calafate. Pase por cabina cinco, por favor…. Esperábamos en el café y restaurante de minutas de la vereda de enfrente. El Suárez de Corrientes (había otro, claro, el de Florida)
Si estoy vivo y escribiendo es que no ha pasado tanto desde aquella lejanía de pueblos con conmutador a clavijas (nota: a los viejos espías telefónicos se les decía “clavijeros” porque hacían eso, interferían con una segunda clavija la comunicación. En los hoteles el conmutador era a clavijas, con la llave de tres pasos, adentro, afuera y todos comunicados; todos los conserjes eran espías voluntarios).
Vamos, soy cría de la compañía de teléfonos y de ENTEL. Un día decidieron venderla y por arte de magia aparecieron líneas, aparatos nuevos. Otro costo, claro. Se empezaba a oir el mundo en el teléfono gris con detalles blancos.
En el Barrio Roma, donde me crié, no todos tenían teléfono. Pedir una línea era cuestión de años y acomodos. Siempre fue de acomodos la línea, los traslados. Creo que el nacimiento y la muerte de los argentinos también pertenece a un sistema de acomodos, de hijos y entenados. La lectura del Martín Fierro exime de argumentaciones en contrario.
Había pueblos donde los empleados de “la telefónica” se iban a dormir a las 10 de la noche (que no es lo mismo que a las 22) y listo. Hasta mañana. Solo la comisaría en directo. Algunas veces.
Cambiamos mucho. La privatización fue un salto tecnológico que no se puede, hoy, segunda década del siglo XXI, medir sin referencias. Es inexplicable. Inenarrable, por tanto no lo narremos ni lo expliquemos, que caramba…
Dejemos el pasado donde está pero guardemos una última referencia. En la década del 90 aparecieron los celulares, los teléfonos portátiles. Antes los inalámbricos habían hecho el primer destrozo a la tradición. Chau cable. Hablando bajo la ducha. Fue magia.
Conozco sitios, domicilios donde una inmensa pantalla trae el último tema de las mas reciente banda, una película muy vieja y una comunicación telefónica muy digital de cuatro o cinco G, tal vez mas; aumentan exponencialmente los servicios que ofertan. Que venden. Que compramos.
Por el mismo precio cada día mas maravillas, un costo facilongo, que no es el mas económico, simplemente es el que mejor cabe a la prisión celular, a la telefonía dependiente en la que vivimos. Estamos prisioneros. Hola ¿ me escuchás? Holaaa…
Una antigua profesora de siquiatría sostenía, hermosa mujer, nunca me animé a decírselo, sigue siendo bella, la belleza femenina es eterna, ella decía: “el que no tiene telefonito y se hace llamar al fijo es el que ejerce el poder”. Repreguntada por el que no tiene telefonito y no lo llaman al fijo demoró y respondió: “al que no lo llaman por teléfono es a un muerto. Está muerto.”
Hay un primo con el que tengo culpas infantiles, se rompió la rama de la higuera en la que estábamos subidos (¿a quien se le ocurre subirse a una higuera, un árbol tan débil…?) se cayó y se quebró el brazo. Fue mi culpa. Años de naranjas y de sandías refrescadas en el balde. Lo envidio y se sabe, la envidia nunca es sana.
Mi primo es sabio, en su pueblo, los viernes al mediodía, saca su pequeño bote de madera, un lanchón con motor de dos hp (caballos vapor, ejem) y tosiendo (el motor) se cruza a la isla. Mate, yerba, vino, cuchillo, algo de pan y de sal, los avíos de pesca y hasta el lunes nadie lo molesta. “Si me muero se darán cuenta porque no volví, si alguien se muere ya me buscarán y si no es de vida o muerte el lunes al mediodía estoy por ahí”. Son formas de vida. Querer es poder. No puedo.
Mi primo no tiene teléfonos. Yo guardo todos los que fui cambiando para modernizarme. Me piden los telefonitos. Los tengo todos. Algunos de colección. Ni los presto ni los vendo. Nada. Son míos. Están llenos de llamados. Que respondí. Que me atendieron cuando llamé. Voces que ya no están pero que, al tener los telefonitos en mis manos, aún resuenan. Cada teléfono es una ansiedad y una respuesta. Hay llantos y sorpresas. Tanto y tanto escondido…
Mi vieja, que no los entendía. Mario desde el hospital diciendo no vengas, me estoy yendo. Esther, que dijo no llamés mas, es inútil. Lalo llamando a cualquier hora. La Moni desde París. Lo que cuesta vale, decía.
Ya no es posible hablar mirando a la pared desde la casa en Santa Fe, con el negro aparato rectangular. Ni sirven para algo los teléfonos públicos asoleados, recalentados en la intemperie de La Peatonal. No es saludable esperar el vermú con papas fritas para comunicarnos con Charatas (Chaco) después de tres horas de demora. No sirve acusar a María Julia Alsogaray de quitarnos un ayer melancólico, nostalgioso y muy vetusto para meternos, en la década del ’90, en la aldea global. Goytisolo le dice a su hija: “tu no puedes volver atrás porque es la vida la que empuja, como un aullido interminable…)
Solo la terquedad de dueño de mis defectos me mantiene en pie ante la oferta. Ni se presta ni se vende. No ganaría nada vendiéndolos. Perdería fantasmas, queridos sujetos del alma, muchos fantasmas. Tal vez el mío.
muy bueno
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