Google+ Raúl Acosta: Fomentos #AntesQueMeOlvide

sábado, 5 de agosto de 2017

Fomentos #AntesQueMeOlvide


Publicado en diario La Capital

Una canción posterior a los años de ida por la vida me pone, cada vez que la escucho, en situación de nostalgia, en modo”lagrimita”. Es de Peteco Carabajal y el verso que afloja el alma es el que dice ”trapos calientes en los inviernos”

Los llamaban fomentos y aconsejaban, todas las comadronas y voluntarias de la medicina de vereda y almacén,…“póngale fomentos, hágale fomentos en el pecho…”

En la cama de enfermo de tos, fiebre y esos resfríos invernales con catarro venía la vieja a media mañana y a media tarde, después llegaría el refuerzo para dormir, y distribuía una pomada aceitosa, con olor a menta y/o eucaliptus sobre el pecho, donde apoyaba esos paños lanudos, esas felpas que se guardaban limpias en la primavera para usarlas en los inviernos.

Los fomentos, básicamente calores en alguna zona del cuerpo podían ser para “ablandar” un forúnculo pero éramos medio salvajes y esas cosas se reventaban y chau pero ojo, las toses, el pechito cargado era de eso, de fomentos. Trapos calientes en los inviernos.

No reparé en el poema de Carabajal por otras cuestiones que las propias. Con la poesía suele suceder. Borges, en “La lluvia”, un fenomenal soneto, describe el fenómeno de la lluvia, lo ubica en tiempo y espacio (“ es algo que, sin dudas, sucede en el pasado”) refiere a su ceguera  con un juego de palabras y de sujetos especiales (“el curioso color del colorado”) admiro todos sus juegos y me conmueve solo cuando dice “ y la voz de mi padre que vuelve y que no ha muerto” . Uno tiene esas cosas. Cómo era la voz del padre, qué cosas decía.

De la madre, de la vieja, de la persona que a uno lo arropó una vez de un modo especial uno tiene imágenes, acaso una tibieza particular. Una sensación de una vez. No se precisa mucho mas que el gesto exacto cuando hace falta. No son todos los besos, es un beso. Debe entenderse que el cerebro es una computadora “randomizada” que define, por su propio default, que es lo que quiere traer, recordar, guardar para siempre o sepultar.

Ése aroma a eucaliptus hirviendo sin hervir en la ollita vieja, puesta al borde de la hornalla en la cocina o en el calentador allá, al final de la habitación, la radio sonando lejos, tenue, porque en el dormitorio el hijo está con fiebre y todo sigue igual, pero en punta de pies. La espera hasta que venga el médico y ponga el estetoscopio frío y recete algo, lo que sea, que se irá a comprar a la farmacia para empezar la cura rápidamente.

A la noche, antes de poner la casa a dormir otra vez el rito de entrega del animal mayor a la cría, el último lengüetazo para que aprenda de donde viene y dónde debe volver cada tanto. La friega con esa crema en el pecho y, entibiados por la plancha, los trapos calientes que es cierto, sólo suceden en el pasado, que vuelve, y que no ha muerto. Nada está lejos con los ojos cerrados. Este es un consejo personal, solo eso.

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