Vamos a tener que llamarla Irene porque nunca se sabe qué puede pasar cuando se nombra a una persona y se cuentan cosas. No es que se cuentan cosas malas o demasiado pecaminosas, pero si la llamamos Irene todo queda en la fantasía.
Irene hacía la publicidad de unas medias que llegaban hasta la cintura. Bellas piernas, las medias lo ignoro. Supongo que útiles, durables, confiables. Medias de mujer. Aunque hasta eso ha cambiado. Uso, en estos días, unas medias altas hasta las rodillas, finas, de nylon, de diversos colores, que en la primera juventud en este valle hubiesen sido, en mis piernas, motivo de miradas equívocas. Lo carteles cubrían Buenos Aires. Triple ancho.
Varias cosas que eran equívocas ahora no tienen trascendencia. Lo intrascendente alivia el pecado (si lo hubiera o hubiese) y pone calma en las presunciones, remilgos y pruritos. El mundo vive mas cómodo con menos culpa o, por decirlo mejor, dejando los grandes pecados de la sociedad como las únicas culpas que alguien debe cargar. El hambre antes que las sospechas de muertos en el placard o costumbres en el closet. El hambre.
Antes algunas medias, determinados colores de camisas, pertenecían al mal entendido o al demasiado explícito. No me olvido la primera vez que usé una camisa rosada y la primera de voile, azul, bellísima, que me miraban con recelo en las noches de viernes.
Irene era alta y cuando salíamos a tomar café por los bares del centro de Buenos Aires tenía dos cuestiones agitándome el pecho. Pasaba desapercibido. Eso era bueno. La miraban demasiado, eso era para un posesivo y egoísta como uno es, aún lo es, eso era algo malo por aquello de la propiedad privada. Una mujer era una propiedad privada. El enamoramiento solo tiene un tiempo de verbo: posesión infinita. Cuando Facundo Cabral dice “ si todavía lo tenés que atar no es tu caballo…” lo entiendo, pero yo igual lo ataría.
La revista, ante la inminencia de la llegada de Perón a algún lugar, desde un avión que lo traía, esta vez muy en serio, decidió cubrir San Pablo y los tres aeropuertos argentinos posibles. Ezeiza, Aeroparque y Morón. Pregunté por Carrasco, Montevideo, y Chiche me miró, imposible, pero ya que lo sugeriste andate vos…
Reservaron a mi nombre un pasaje en la compañía uruguaya con la que había un canje: Pluna. Andate esta tarde, llamá cuando te instalés en el hotel. Sugerí que era mas negocio el hotel del Aeropuerto y Chiche me miró otra vez: es una mierda, pero tenés razón… No discutíamos con Chiche, yo cerraba el “pliego color” donde nada era presuroso y todo minucioso y él el pliego de “actualidad” que era todo lo contrario. Premura, fracasos, cerrar rápido. Otra vida, diferente adrenalina. Yo conversaba con las modelos. El con los actores de la vida del país. A veces, debo admitirlo, algunas modelos eran actoras de la vida del país. No es necesario volverse meticuloso. Irene, como se imaginarán, pertenecía al mundo del “pliego color”.
El peronismo, de ahí mi información, también tenía preparado un plan B, uno C y diversas variantes. En Carrasco estaba el Mayor Alberte, viejo militante inofensivo y conversador. Amigo de Perón. Estaba con su mujer.
Perdido en los detalles “transitorios” de un encuentro esa noche no viajé y a las disparadas, después de una noche… “transitoria”, llegué a Aeroparque, me llevaba Irene. Entramos. Aeroparque, precaución militar, estaba cerrado. Mi carné me franqueo la entrada. A Irene su altura y su pelo, verdaderamente rubio, doy fe. Ella no debía pasar.
Pluna, por aquello que era Uruguaya y que ese avión de cabotaje iba casi vacío, porque debía volver y nadie pensaba que “el paisito” de Mario Benedetti fuese parte de lío alguno, pudo despegar. Llamaron a embarque y me vi, de repente, con Irene entregando su documento y viajando conmigo. Sonreí. El periodismo, la aventura y la improvisación suelen formar parte del mismo esquicio.
El ejército uruguayo, cuando vi los soldaditos, el ejército uruguayo de aquellos años definía la situación. Mocasines marrones unos, zapatos abotinados otros, medias de diferente color y uniforme arrugado. No era un ejército de leva sino de voluntarios. El fusil mal apretado contra el pecho, una formación sin rigor. Perón no aparecería por allí ni en broma.
Amplié la reserva dijo Irene. Nos quedamos. No dije nada. En la foto del hall de recepción del aeropuerto, con el fotógrafo de la corresponsalía (la corresponsalía era de Punta del Este, insultaba, pero llegó) nos tiene a todos en las respectivas sillas. Aún está en el archivo.
Irene fuera fumando cigarrillos americanos. Sin filtro, ese era un detalle realmente atractivo. Rubia, voz ronca, con cigarrillos Chesterfield sin filtro y tirando el humo sin preocuparse, era casi una tentación donde era necesario dejarse caer.
Me estas mandando la nota por fax, que pasa, no pensás volver… Chiche preguntaba sabiendo la respuesta, no dije nada, lo suyo fue sencillo. Suspiro. Insulto. Un día mas, no seas jodido (pausa) ¿la conozco?. Otra vez silencio. Si no volvés mañana de mato, pedazo de hijo de mil…. Colgué. Nos entendíamos de memoria. El periodismo tiene eso. Le llevé un lápiz francés de regalo. Lo miró. Me miró y repitió:¿ la conozco? Los dos sabíamos que si. El periodismo tiene esas cosas. No hay amor que dure cien años ni off de record que no se corte, como dice el Martín Fierro.
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