Google+ Raúl Acosta: Cartita al Niñito Dios

domingo, 8 de diciembre de 2013

Cartita al Niñito Dios



Estoy grande y pavote, por eso te escribo. Recuerdo tu cara de querubín sobre el papel marrón. Recuerdo el Pesebre y los animalitos de plástico. Recuerdo el pasto para los Reyes, los camellos de los Reyes y la imagen de un tipo grande y barbudo, el carpintero José. Recuerdo el barrio y la ilusión. Los corderitos y el rincón de la casa donde te armábamos el Pesebre. La carta al Niñito Dios era sencilla. Un juguete y poco más. A esperar. No te jodíamos mucho. No conocer demasiadas tentaciones fue bueno, para crecer con ilusiones posibles. El Cielo estaba cerca y al lado del Cielo el Paraíso. En aquellos años, una tarde de pelota era una felicidad completa. Posible.

El barrio era sin rascacielos ni casas altas, una sola de dos pisos, una sola. No trabajaba el almacén de don Pascual los domingos y a veces ni siquiera los sábados a la tarde. Vendía estrellitas, bengalas y cuetes fosforito, los que se raspaban. Nadie decía cohetes. Al bar de la esquina traían, de contrabando, los rompeportones o petardos, el papel más grueso, la atadura con hilo, las piedritas que se friccionaban con la pólvora. Los azotábamos contra la pared de la carbonería y venta de escobas. Nos pedían que no lo hiciésemos porque se podía incendiar todo. Un día se incendió, pero era invierno. Una vez, una sola vez vimos una rueda, una rueda que giraba y giraba después de que le prendieron la mecha, la habían clavado contra el árbol. Se la habían traído a “Julito” y la colocó su hermano, el que estudiaba afuera. Así conocimos los fuegos artificiales.

Han cambiado algunas cosas. Dejé de creer en tu Pesebre y los pedidos para que traigas vos, o los Reyes, el regalo. Hace mucho. Dejé de creer. Listo. No fue por aquello que se sabe, los padres traían los juguetes, los que podían; no fue por eso ni por otras desilusiones. Más sencillo y más duro. Si no iba a suceder... ¿para qué creer?

No es la primera vez que sucede. Con los amores pasa algo similar. Uno se enamora de la rubia de la película y cuelga su foto en el ropero. Un día advierte que es María, la de la avenida y Catamarca, la que se lleva el corazón y la foto se descuelga sola, solita.

Uno, allá, en los picados de tardes enteras, soñó con ser el nueve goleador y un día comenzó a trabajar y advirtió que es necesario cumplir horarios y cuidar la rodilla porque se trabaja parado. Los goles no llegan tan fáciles ni tan seguido. Chau. Está bien. A qué escribir entonces. Hasta la vieja, parte indispensable de cualquier ilusión, dijo esa chica te conviene y largó la tutoría de los remiendos, los botones y la camisa planchada.

Te escribo para que revisés, bien, pero bien, algunas cosas de la cuadra, del barrio, de la ciudad, de la provincia. Algunas cosas que suceden en mi país. Vos sabés que cuando yo nací también nació una ilusión. A lo mejor estaba, no lo sé. Para los hombres el mundo comienza cuando se llega. Los filósofos miran para atrás y sueñan en siglos por venir. Yo llegué y el mundo era claro. Todos a la escuela, todos bien comidos, los abuelos protegidos, la policía te cuidaba, el guardapolvo blanco igualaba y los que estudiaban eran los mejores, los más sabios. El fin de mes era fácil y los fines de año, pan dulce, sidra y fiesta en el barrio. El Pesebre para agasajarte. No estaba el gordo barbudo ni el sulky sin ruedas ni el cuadrúpedo de los cuernos. La nieve estaba en Bariloche y no la veíamos ni en películas, en el cine Avenida, a tres pelis en la matiné de los sábados. La ilusión era buena en aquellos años, después lo que te dije: el fin del nueve goleador.

Te escribo, Niñito, para que revisés las cartas. Uno es grande para la ilusión al cuete. Grande para los fuegos artificiales, grande para los rompeportones estallando en la pared, con el estruendo de un tiro sin ninguna revolución cercana. Grande para cartas y relatos. Grande.

Yo sé que vos no existías y el sueño era el que podía el viejo y la vieja. Lo sé. De ellos el regalo del 25 de diciembre a la mañana, y la mañana de Reyes, el 6 de enero. Pero de algún modo extraño, difícil de explicar, creéme, trataron de inventarte. Te están copiando, hay una trucha ilusión de Pesebre y Reyes Magos. No es bueno, pero sucede y debés arreglarlo. Lo arreglás vos o no lo arregla nadie. A vos te creo si venís y decís simplemente: termínenla con el relato, ya somos grandes. Pocas cosas más debés decir, estimado Niñito. No robar, no matar, no mentir, no pedir los votos para llevarse la plata a las casas escondidas en mitad de la nieve, acaso complicados con ese barbudo infame. Acaso.

Ya nadie, casi nadie te escribe cartas. Las huelgas de los correos sólo afectan a la repartija de facturas de luz y gas. Vení y deciles, Niñito. Deciles que vos sos el dueño del relato y que los verdaderos regalos los traen los padres y con este dinero escaso el regalo no será muy grande y mejor no mentir más porque vos ya estás cansado. Eso. Deciles la verdad. Estas cansado de fingir lo que no fue, lo que no es, lo que no sucederá. Desnudito en el Pesebre sonreí. Es poco. Tendría que alcanzar. Avisá (les) que perdieron el Cielo. No les importará, pero al menos salvamos la esperanza, que se la están llevando al Calafate (una nieve más exclusiva, vos sabés).

(Publicado en diario El Litoral, 08 de diciembre de 2013)

3 comentarios :

  1. Buena Bigote, como vos deje de creer hace tiempo, pero a veces,...sólo a veces me dan unas ganas de escribirle...Abrazo

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    1. gracias nito. la lectura de quique, en el audio, lo agranda. Besos en la frente

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  2. Maravilloso texto.
    Acabo de escucharlo en su programa de música que, dicho sea de paso, es MUY bueno.

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