Google+ Raúl Acosta: El 2 x 1 de Kubric

domingo, 14 de mayo de 2017

El 2 x 1 de Kubric

Publicado en diario "La Calle", de Concepción del Uruguay,  7 de mayo de 2017

El 2 x 1 de Kubric (…y las babas del diablo) 

El fenomenal cuento de Julio Cortázar (“Las babas del diablo”) dio base textual a una película de Michelángelo Antonioni que está incluída en la filmografía que explica el siglo XX.

Tanto “Blow Up”, que de ella se trata, como “Último tango en París”, “Los compañeros”, “Hiroshima”, “Queimada”, “Morir en Madrid”, “ La Dolce Vita”, “Rocco y sus hermanos”, hasta concluir en la saga de Cópola que explica la sociedad moderna y esa biblia que es “2001, odisea del espacio” deberían revisarse mas que a Fukuyama, la sociedad líquida de Baumann y el cruel Picketty y la velocidad de la renta ganándole al salario.

Como  colofón del culto al mañana se deben rever Blade Runner, Robocop y Terminator. El siglo XXI está allí y acaso Mad Max y la reina del ácido sean los primeros testigos verdaderos del porvenir. Deberíamos revisar el cine para caminar por las calles esperando a Rambo.

En Blow Up un fotógrafo de moda en aquel Londres de cuevas rockeras, modelos internacionales (Esa Verushka…!) las jovencitas tan Twiggy y cercanas al amor por un modelaje, se encuentra, al revelar una foto que está y no está clara, con un asesinato que existe y no existe y su vida, finalmente, escurriéndose en la batea de los ácidos del revelado que amplia y amplia la toma de su Hasselblad 6 x 6 desde una realidad de pastos y ligustros hasta volverla otra cosa: un cadáver difuso.

Cortázar es claro y terminante. Las babas del diablo, esas telarañas que vuelan llevándose su tejido en el viento hacia algún lugar indeterminado son eso: señales de un mundo que se amplía sin resoluciones.

La escena final, de los payasos en el amanecer, jugando al tenis sin pelota ni raqueta y el público (los otros payasos) siguiendo la farsa hasta que la cámara, que sigue el juego en subjetiva desde los ojos de un espectador, lleva el pique de la pelota (inexistente) hasta los pies del personaje y los payasos, los mimos, le piden que la devuelva y Hemmings la devuelve, complicándose con la mímica y la fantasía, esa escena final es, sin duda alguna, una fenomenal resolución de Antonioni para el siglo XX. Síntesis. Eso.

David Hemmings, el actor principal, sale en la madrugada de su laboratorio, deambula por Londres  y entra en una cueva rockera donde un cantante rompe su guitarra y la tira a los aullantes fanáticos que lo escuchan. Todos pelean por un trozo de ésa guitarra, famélico trofeo que despierta la gresca, el tumulto, la confusión. Es necesario tener un trozo de ésa guitarra rota y el actor consigue su trofeo y sale disparado a la calle.

Antonioni encuentra un símbolo filosófico / político de esas peleas fenomenales en el rostro del protagonista, que a poco que la noche, el aire menos contaminado de la calle londinense, en la húmeda madrugada lo despeja, tira el trozo de esa guitarra al basurero, definitivamente rota, que nadie tocará jamás porque ya no sirve, y vuelve a sus problemas: la muerte que está y no está, que no se explica; la incomunicación, el estropicio de una sociedad con pocos destinos transitables. Está enfrentándose con la nada misma que se amplía.

En esta segunda semana de mayo de 2017 Argentina, por una resolución de tres jueces de la CSJ (Corte Suprema de Justicia) con dos de ellos votados como miembros plenos hace muy poco tiempo, casi con seguridad por los mismos que opinaron legislativamente de ellos en duros términos, en esta semana Argentina dejó de lado algunos asuntos que no deberían abandonarse. En realidad deberíamos ser absolutistas. Dejó de lado todo. Consiguió la unanimidad legislativa para un tema. Uno. Con la urgencia de lo impostergable. Nos íbamos, poco menos, al fondo del mar. Del salvataje del país ante cuya situación, de extremísimo peligro, no había dos posiciones. No las hubo. Es un ejemplo de cual es la verdadera esencia. La única hasta hoy. Argentina se destruía en pocos segundos y todos acudimos a salvarla. Gracias a Dios. Dios y la Virgen María. Parece. Faltaba Mariano Moreno para avisar que ningún argentino ni ebrio ni dormido… Y no hubiese sido un exceso.
  
Otras cuestiones no consiguen el absoluto. La ley que quita el IVA a los jubilados para que los comerciantes no roben, especulen y hambreen. La ley que regula el financiamiento de los partidos políticos, para que no haya dineros negros ni Lava Jato ni Odebrecht. La ley que define los dineros del narcotráfico como objeto de ilegalidad manifiesta y que puedan expropiarse. La caducidad de los mandatos luego de dos períodos, obligando a la alternancia. La obligación de la declaración de bienes de toda, toda la familia y no solo la primera página del titular del cargo. La incompatibilidad de negocios y gestión en la misma persona y/o grupo familiar. Castigo por  enriquecerse trabajando Full Time para el país. La automaticidad de las coparticipaciones sin quita, retraso ni demora. La Ley de Cupo, con discriminación positiva. Una mujer un hombre. La incompatibilidad de cargos a familiares. Que no se puede ser representante gremial y empresario. La obligación de revalidación de los jueces. Hay tanta deuda para armar un país posible. Tanta. No hay unanimidad ante el robo, la corrupción y el narcotráfico, el hambre y las falsedades empresariales. Nada de esto es posible. Es el ejemplo de la verdadera esencia social. No podemos. No hay acuerdo, que es una forma de la confesión pública.

El actor de Antonioni, en el aire fresco de la madrugada, vería que estos son sus problemas y que pelear por un trozo de guitarra fue y es legítimo dentro de la cueva del rock, que bueno, que es totalmente honesto hacerlo, que es un trozo de guitarra, pero que a los problemas del aire fresco de la mañana esas cosas no le quitan, pero tampoco le ponen. Que de ése modo termina como en la película: acompañando a los que juegan al tenis sin pelota, disfrazados, maquillados, felices. Honestos en su juego. Sin destino aparente. Como las telarañas desprendidas, amontonadas, unidas, que no son mas que eso que lleva el viento. La inspiración de la película de Antonioni… (estaría bueno saber qué quiere decir Blow Up…) Já. Estaría bueno.
  
Macedonio Fernández, el que hablaba, porque era mas cómodo que escribir, hablaba para que escuchasen Borges, Bioy Casares, Güiraldes, los Tuñón y otros; Macedonio Fernández, el viejo padre de los literatos argentinos, decía que la felicidad existe. Que alguien, en la mitad de un campo sembrado, con las manos detrás de la nuca, mirando al cielo azul, la había encontrado, pero que nada indicaba que tenía que contárselo a los demás. La literatura es pretensión, decía. Nunca tuvo dinero ni porvenir. Se sabía perecedero. Recordarlo es ir contra sus principios. Hay que morirse, che… dicen que decía. Demoremos la decisión.
  
El fotógrafo amplia la foto al infinito y se aleja de la solución. No hay salida al pensamiento. Como no hay escape del mundo civilizado, con menos trabajo, mas implosión, hambruna y desajustes. Somos mas para cosas mal distribuídas e injustas.
  
La información tornó universal la aflicción y el olvido. Van juntos, son complementarios. El mensaje es único: somos perecederos. Nuestras pasiones lo son, pese al tango, el bolero y la ópera.
  
Si no quisimos acordar sobre nuestras miserias es que son muy valiosas. Somos felices siendo miserables, corruptos y coimeros, violadores y mentirosos. Es nuestra esencia. No nos aflige. No nos molesta para nada.
  
¿Era Strauss el músico que usó Kubrick? ¿Era un vals?. Había una música y un mono pensativo jugaba con un hueso. El fémur, dicen los estudiantes de anatomía, se correspondería con un humano de 2,30. Suponen que fue “utilería”, fabricado para dramatizar la escena. Pero son estudiantes. Todo el mundo entendió el mensaje de Kubrick. O casi.
  
Al mono lo vemos todos los días. Tiene un celular de última generación y marcha hacia algún lado. Es un clon de Stanley K. pero no lo sabe. El saber esta acumulado en una nube cada vez mas densa, lejana, imposible. Solo accedemos a 140 caracteres. Alguien, en mitad del campo, sigue sonriendo. Yo siempre le creí a Macedonio.

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