Google+ Raúl Acosta: Discursos #AntesQueMeOlvide

martes, 17 de julio de 2018

Discursos #AntesQueMeOlvide

Publicado en el diario La Capital el 17 de Julio

Los primeros discursos que escuché fueron radiofónicos. No es lo mismo un discurso radiofónico que un discurso de barricada. Que un discurso ”en vivo”. 
Es bien cierto que los discursos de Evita, de quien también escuché discursos en primera versión, tenían cierta ronquera que le daban, le proveían un aire de improvisación que no poseían los de Perón. Los de Perón estaban ordenados para enseñar, para adoctrinar. De cada discurso de Perón se puede extraer un concepto (una orden si quiere mirarlo desde otro costado) que refiere a un punto exacto de la sociedad y cómo debía hacerse, entenderse. 
Los discursos de Balbín tenían una carga particular de amistosa forma de querer convencer al de al lado. Se podían resumir en esta formulación. Esto es lo que pienso y deberías, por el bien de todos, pensarlo de un modo semejante. 
Los de Frondizi debían vencer su forma, su gracejo tan particular, producto de su origen. Esa “elle” alteraba y distraía. Eran discursos en los que incluía datos y puntualizaciones, mas parecidos a una clase que a una barricada o un palco. 
Menciono estos personajes, a quienes vi realizar su acto político, ya que todos son actores políticos de donde descendemos, para diferenciarlos de discursos diferentes. 
El de “pepe” Arias, acaso el mejor monologuista que oí, va por un lado. El cómico que descubre el modo de comunicar como si fuese un político, pero usa su inventiva para la desfachatez y compra con eso. Tato Bores lo imitaría años después, con la ayuda de brillantes libretistas. Enrique Pinti, al no usar libretistas, sigue esa línea y se repite y se repite en un país que también se repite. 
Los discursos llenos de énfasis y vacíos de contenidos de “nené” Thedy, como los largos y fatigosos de Estévez Boero, donde era fácil perderse en oraciones subordinadas, sucumbían ante el exagerado discurso de Alfredo Palacios. Cercano a la comicidad decía cuestiones tan serias y elementales que parecía extraño que no lo escuchasen. Aprendí otra cosa. No solo es lo que se dice sino con quien y donde. 
En la Convención Constituyente de Santa Fe de 1957, caído Perón y aún sin rumbo fijo en el país (tenían necesidad de cambiar una constitución tan popular como la de 1949 y la manera de abolirla era por remplazo) escuché un mendocino que hablaba con vehemencia, con énfasis (veíamos en circuito cerrado, en la farmacia frente al Paraninfo, en la ciudad de Santa Fe) y si no era Tejada Gómez resultaba amorosamente parecido. 
Uno de los discursos que recuerdo con particular y risueña memoria es el de un personaje muy controvertido de nuestra historia política: Rafael Martínez Raymonda, un hombre que hasta tuvo cargos dentro de los gobiernos militares. En aquellos años, sobre 1960, se mofaba de Frondizi porque había mandado una delegación a vender manteca a Thailandia. Recuerdo el hecho porque el recurso de unir, en el discurso, manteca y Thailandia lo volvía, por el énfasis, fácil de recordar, particularmente hilarante. Eso parecía. Hoy se puede reflexionar e insistir: ojalá hubiésemos vendido muchos productos con valor agregado sobre 1960. Con o sin discurso mofándose del intento. 
Después los discursos pasaron a otra categoría. Largos y cansadores, como los de Fidel. Absolutamente telegráficos, como los yanquis. Los discursos se convirtieron en frases. Los discursos mutaron en “eslóganes”. 
Hoy la vida se comunica en 140 caracteres y un lenguaje cifrado. Finalmente no miramos, escuchamos ni aceptamos discursos sino tendencias y encuestas. Es otra cosa. 
Así como se discutía la historia del nacimiento del huevo y / o la gallina deberíamos empezar a estudiar si fue la sordera o la falta de discursos la que provocó tanto ruido que ya nadie escucha ni siquiera el aviso de la muerte del discurso.

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